sábado, 1 de agosto de 2009

Segundo día

La noche fue tan calurosa que apenas dormí unas horas. El verano es Murcia es criminal, todos lo saben. Pero si además tardan casi un mes en instalarte el aparato de aire acondicionado la mala leche se alía con el bochorno. Mientras se refrescaba la habitación, antes de acostarme, estuve viendo la televisión. Las cadenas generalistas ya habían terminado sus informativos y no hacían ningún programa especial sobre California. Sólo CNN+ informaba del suceso aunque todavía sin imágenes de vídeo. En vez de eso utilizaban un mapa situando en Santa Ana (que linda con Los Ángeles) y con la voz de uno de los corresponsales de la cadena americana en la ciudad. Por lo que traducía el periodista español, la zona era un caos, con continuos disturbios, saqueos de comercios, intervenciones de la policía y decenas de heridos.

Recordaba al estallido de Los Ángeles al inicios de los 90, cuando pareció que la ciudad entera se desmoronaba. Lo que no estaba claro ahora era si el motivo había sido también racial. Cuando las declaraciones se comenzaron a repetir apagué la tele y me acosté.

Al día siguiente tardé en acordarme de la noticia. Me levanté con el ojo puesto en el teléfono y llamé al instalador del aire. Me dijo que al día siguiente vendría sin falta. Era la tercera vez que me decía lo mismo. Después, mientras desayunaba puse la radio y el debate de la SER estaba tratando los disturbios de California. Decían que la cifra de heridos no paraba de aumentar y que la policía se veía desbordada. Algunos barrios de la zona estaban literalmente tomados por las bandas y nadie se atrevía a entrar, por lo que resultaba muy difícil evaluar la situación.

Me dije que sería una jornada dura en el periódico, pero que al menos ahora sí había tiempo para contrastar informaciones y hacer un trabajo más digno que el del día anterior. Salí a la calle y fui paseando hasta el periódico. Eran las todavía las once pero ya había que ir buscando las sombras de los edificios para evitar el sol. Mi casa estaba en un barrio residencial aunque bastante cercano al centro así que no tardé en llegar a la redacción. Allí nos esperaba el caos. Con las urgencias del día anterior no habíamos repartido el trabajo para los redactores y excepto aquellos que ya tenían algo previsto, todos estaban sentados a la mesa y esperándolas venir. Fernando y yo eramos los redactores jefes del periódico (la verdad es que éramos incluso más jóvenes que algunos de los periodistas, yo tenía 28 y él 29). Hablé con él y decidimos que la mayor parte del equipo se dedicaría al tema de Estados Unidos. Al fin y al cabo era verano, y por muy lejos que estuvieran Los Ángeles (o Santa Ana), era lo más interesante que pasaba por el momento.

Dejamos las páginas justas para las secciones locales y pusimos a los redactores a buscar informaciones y fotografías. Uno de ellos, llamado Pablo, se encargó de buscar españoles y murcianos que pudieran vivir por la zona, para tratar de conseguir un testimonio. Cuando todo estuvo más o menos repartido me bajé a tomar un café con Fernando y vimos el resto de periódicos.

- ¿Has visto Pedro? Casi todos han cogido nuestra foto- me dijo.

El Pais y El Mundo la tenían, aunque no tan grande. Habían dedicado el tema principal de portada una rueda de prensa del gobernador del Banco de España sobre la crisis económica; cada uno desde su lado, claro.

No había mucha más información de la que ya habíamos publicado, aunque El Mundo citaba a un responsable sanitario americano que hablaba de una probable epidemia. Dadas las circunstancias del momento, el periódico barajaba la posibilidad de que un repunte de la Gripe A en algún hospital de la zona hubiera causado el pánico entre los habitantes.

Al volver a la redacción nos esperaba Fran con una sonrisa dibujada.

- Mirad la foto que ha llegado- exclamó sentándose en su ordenador.

Era una imagen hecha desde algún edificio cercano a los estudios de Hollywood y mostraba precisamente uno de los almacenes ardiendo. No tenía la fuerza del grupo del helicóptero pero no carecía de valor simbólico.

Sara, una de las redactoras, que precisamente acababa de llegar del viaje de luna de miel por Estados Unidos, entró el la página de mapas de Google y advirtió que los estudios de cine no se encontraban cerca de Santa Ana, sino en el extremo norte del conglomerado urbano de Los Ángeles, mientras que la primera población estaba justo al sur. De hecho, las portadas de las ediciones electrónicas de los periódicos ya hablaban del aumento de los disturbios en la zona, y que parecía que toda la ciudad se había vuelto loca.

Nos fuimos a comer y tuve que pasar por una tienda de comida rápida porque aunque ése era el día de la semana en que comía con mis padres, ellos estaban en la playa, y yo, me lamenté, seguía cociéndome en Murcia. Habría ido a casa de mi hermana, que vivía justo enfrente de mí, pero ella también estaba lejos de las cálidas tierras murcianas. Se encontraba de viaje por Argentina, así que disfrutaba del invierno austral.

Cuando volví al periódico por la tarde estaba bastante cansado, ya que la falta de sueño unida al calor había estado a punto de acabar conmigo. Al menos al llegar me encontré el titular del día siguiente ya colgado en las páginas web. El presidente de California, el archiconocido Arnold Schwarzenegger, había pedido la ayuda de la Guardia Nacional y los militares habían tomado la ciudad a primera hora de la mañana en esa zona de Estados Unidos (por la tarde en España). También comenzaban a llegar vídeos de los sucesos. Algunos eran nocturnos y apenas se podía ver a agentes antidisturbios lanzando tiros al aire y bengalas. También había imágenes aéreas, tomadas desde helicópteros, de incendios en casas y comercios.

Para mejorarlo todo aún más, Pablo había encontrado a un murciano residente en Los Ángeles. Era una estudiante que estaba estudiando en una universidad californiana y le iban a dar el teléfono a lo largo de la tarde. Fran enseguida comenzó a distribuir fotos y Fernando ordenó las página y los artículos de los redactores. Yo incluso tuve tiempo de ver los periódicos deportivos, esperando los últimos fichajes del Barça. Sobre las ocho de la tarde, Pablo logró al fin el teléfono de la chica y me dijo que se disponía a llamarla. A la media hora vino cariacontencido. Estaba nervioso y ni siquiera conseguía hilar las palabras. Le tuve que decir que se sentara y se explicara. La estudiante, llamada Nuria, estaba sola en su apartamento. Vivía en el extrarradio de la ciudad pero incluso allí había llegado el follón. Literalmente se había atrincherado en su casa. Cuando Pablo la llamó acababa de bloquear la puerta de su habitación con un armario y llevaba una hora tratando de ponerse en contacto con la Policía, aunque sin éxito, porque las líneas estaban bloqueadas. Decía que en la calle no paraban de oírse disparos y pequeñas explosiones. Al principio pensó en salir en busca de un lugar más seguro, quizás en las afueras o en un gran centro comercial, pero entonces vio por la ventana como un grupo de pandilleros perseguía a una mujer y la ancanzaban al llegar su coche, atacándola allí mismo. Se le había caído el alma al suelo porque en los tres meses que llevaba en Los Ángeles siempre había evitado los barrios conflictivos y aunque sabía que era una ciudad peligrosa, no había sufrido ningún atraco. En ese momento, sin embargo, no podía ni salir a la calle. Lanzó un grito casi instintivo hacia los agresores y al verla, se acercaron a su edificio. Ahora estaba muerta de miedo pensando que iban a lograr entrar en su casa.

Yo estaba con la boca abierta cuando se acercó Fernando y le preguntó a Pablo si había conseguido una fotografía de la chica.

- No creo que Nuria esté en condiciones de mardarnos una foto en este momento- le dije, y le expliqué lo sucedido.

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