sábado, 29 de agosto de 2009

Segunda semana, martes

Las cosas no salieron como esperaba, aunque debía haberlo previsto. El martes por la noche cambié la calurosa habitación de mi apartamento y la inhóspita morada de mis abuelos por un catre húmedo y oscuro, los calabozos de la Jefatura Superior de Policía de Murcia. La razón: estaba acusado de dos homicidios, el de Marcos y de Fini. ¿Y qué paso con Blas? Lo descubrí durante el interrogatorio, ya en la comisaría.
- Mira joven, pensarás que la estúpida historia que me estás contando es original- me dijo el capitán Luis Alfonso Rodríguez, un hombre ya entrado en años, que llevaba la camisa fuera del pantalón y se rascaba incesantemente su barriga a través de los botones de la prenda- pero estoy acostumbrado a los piraos como tú. Primero se inventan lo primero que se les ocurre para que se los tome por locos y al final, chaval eso tenlo muy claro, al final se desmoronan y largan toda la verdad.

Era ya la tercera vez que hablaba con el mismo Policía, con otros tantos pasos por la celda, a la que había sido defenestrado desde mi primer destino, un banco de madera en la zona de inspectores de la Jefatura, al acabar el primer interrogatorio. La clave, el tercer cuerpo.
- Mira, no digo que sea normal pero es la verdad. Marcos y Fini atacaron a Blas y después fueron a por mí- finalicé mi primer relato de los hechos ante la mirada del capitán Rodríguez y del inspector José Marín, unas horas antes al llegar a comisaría.
El inspector dio un golpe sobre la mesa que me dejó mudo y me miró fijamente.
- No te inventes gilipolleces que va a ser peor para ti. Acaban de decirme que en la terraza de tu edificio sólo hay dos cuerpos, el de un hombre con mono de trabajo y el de una mujer seccionada desde la cintura, tú me explicarás lo que has hecho con las piernas- aquí hizo una pausa y se acercó más a mí- Así que no te jodas más la vida añadiendo una tercera víctima que no existe para liarnos.
- ¿Cómo que no está Blas? ¿Vi como lo mataban (eso no era realmente cierto, había huido) y quedaba tirado en el segundo bloque (eso sí)? ¿No está en la terraza?- pregunté asustado.
- No atontao, eso te he dicho. Borra a Blas de tu lista de monstruos 'zombis' y déjate de gilipolleces de una vez- respondió el inspector.
Me quedé unos instantes dándole vueltas a la cabeza.
- Pero eso significa que se ha levantado y anda por ahí atacando a la gente...
El cabreado inspector Marín golpeó de nuevo la mesa y me advirtió que me callara. Después salió del despacho. Media hora más tarde volvió y me cogió del cuello de la camisa, levantándome de la silla.
- Mira mamón, hemos confirmado que Blas, el portero de tu edificio, ha desaparecido. Seguramente te lo has cargado también en tu fiestecita sangrienta y no te voy a decir que tu condena se vaya a reducir por decirnos dónde coño está, pero te aseguro que te bajo ahora mismo al calabozo si no empiezas a hablar.
Mi explicación sobre la naturaleza violenta de los zombies y el Virus R no debía haberle gustado pues ya anochecía y todo apuntaba a que pasaría la noche entre rejas.

A mediodía había conseguido hablar por teléfono con mis padres y les dije lo que me había pasado. Vinieron desde la playa con un abogado amigo de la familia que no logró sacarme de allí, aunque me dijo que la falta de causa para el asesinato y la ausencia de antecedentes harían posible una salida bajo fianza cuando terminara la investigación. Hablar con mis padres y notar que a pesar de su apoyo, no creían lo que les estaba contando, fue frustrante.

Pero lo realmente desalentador fue lo que ocurrió por la tarde, tras un día entero de interrogatorios. Tuve la visita de un político al que conocía por mi trabajo, el máximo responsable en la Región de Murcia de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, el delegado del Gobierno, Martínez Andújar. Resultó muy raro verlo en ese escenario, del que yo, lamentablemente, ya formaba parte. Vestido de traje gris y corbata roja, tuvo el gesto de cortesía de pedir que abrieran la celda y sentarse frente a mí en un taburete que le trajeron.
- ¡Pedro!- me dio la mano- ¿qué ha pasado?
Andújar, como se le conocía en los medios, tenía gracias a su cargo institucional contacto directo con el Gobierno central en Madrid y era la persona adecuada para alertar a las autoridades de que el virus había llegado a Murcia. Le conté con todo lujo de detalles lo ocurrido, así como mis teorías acerca de los efectos de la infección en las personas y la necesidad de dar la voz de alarma. El delegado del Gobierno me escuchó atentamente mientras estuve hablando. Después pidió que me trajeran un vaso de agua y que se alejaran de la celda, para charlar a solas conmigo.
- Escúchame atentamente Pedro y te irá mejor. No voy a decirte que esto que te voy a contar es confidencial porque nadie te va a creer de todas formas... ya has podido comprobarlo. Puede que tengas razón y puede que no, ¿quién sabe? Pero debes tener altura de miras y comprender la situación en la que se encuentra nuestro país.
Andújar hablaba tranquilamente, en voz baja pero clara.
- Sabrás que mañana miércoles Madrid acoge la conferencia europea para hacer frente a la crisis. Al final tendrá carácter internacional porque acudirán representantes de todas las potencias, incluidos los Estados Unidos, que han aceptado en el último momento participar. Y España ha conseguido este gran honor, ser el centro del mundo en este momento, gracias al impulso de nuestro presidente Zapatero y al duro trabajo del Gobierno. La infección ya ha llegado a Europa, se están dando casos desde ayer en Francia, Inglaterra, Alemania, Italia... Y mientras tanto España permanece limpia, un ejemplo de eficacia sanitaria. Por eso Madrid celebra la cumbre, porque somos el camino a seguir.

El delegado hizo una pausa y me miró, esperando mi reacción. Yo había comprendido ya el mensaje y razonado que nada de lo que hiciera entonces me serviría, así que esperé a que terminara.
- Entenderás pues que tu historia no nos viene nada bien en este momento. Mañana vendrán los presidentes de medio mundo, habrá reuniones, decisiones, fotos y discursos, y al día siguiente, cuando todo haya pasado, volveremos a tratar tu asunto. No hay razón para que esto no termine bien si dejas de contar historias. Bastante difícil ha sido ocultar la escenita de la terraza. Si colaboras y olvidas todo lo que te he dicho el miércoles será otro día. ¿De acuerdo?
Andújar se despidió de mí y solicitó a los agentes que me dieran bien de cenar. "Hay que cuidarlo, es periodista", dijo sonriéndome.

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