miércoles, 5 de agosto de 2009

Cuarto día

Esa noche tuve una pesadilla digna de los acontecimientos del día anterior. Bajaba corriendo por unas escaleras junto a un grupo de gente. Poco a poco los iba adelantando, saltando escalones de dos en dos y pegando saltos aún más grandes. Detrás de mí las personas a las que voy adelantando caen y comienzan a gritar, como si algo les alcanzara, y yo corro todavía más rápido. Pero como suele ocurrir en esta clase de sueños las escaleras ni terminan ni llevan a ninguna parte. De pronto un crujido comienza a sonar a mi espalda, cada vez más cerca y cada vez más fuerte, sin que me atreva a dar la vuelta. Cuando el crujido era tan intenso que casi podía sentir los escalones rompiéndose a mis pies me desperté. Estaba en una habitación desconocida, grande, oscura y fresca. El sueño no continuaba, era la casa del monte, y los crujidos los provocaba un enorme ventanal de madera que golpeaba contra el marco a causa del viento.
Miré el reloj. Eran las cinco de la mañana y la verdad es que había una buena temperatura en la habitación, hasta tal punto que por vez primera en las últimas semanas había tenido que taparme con una sábana. A pesar de todo la tensión del sueño me había hecho sudar y ahora el viento me hacía tiritar. Me resguardé bajo la fina tela y seguí durmiendo.
Por la mañana perros, gallos y demás fauna rural me hicieron me dieron los buenos días. Lo cierto es que había dormido como nunca. Desayuné y cogí el coche para bajar a la ciudad. Los informativos echaban chispas con las revueltas de Los Ángeles. El Ejército había lanzado una ofensiva en toda regla sobre la ciudad, una vez que, se suponía, todos los civiles la habían abandonado. Según las autoridades militares, tras los bombardeos grupos especiales y blindados entrarían en la urbe para terminar de pacificarla. La verdad es sonaba espeluznante e imaginé la cara que pondría que un oyente que hubiera permanecido una semana aislado al escuchar esas noticias. Por otro lado, protestas multitudinarias comenzaban a sucederse por todas las ciudades americanas, reclamando una solución pacífica al conflicto. Era normal, al fin y al cabo esa gente estaba viendo morir a conciudadanos, radicales o no, bajo su propio armamento. Y no ya en Irak o Vietnam sino en suelo americano. Y por si todo eso fuera poco, la apresurada evacuación de la ciudad había provocado la propagación de la epidemia de Gripe A, según fuentes médicas, y los ingresos hospitalarios se multiplicaban entre los refugiados y el personal que había participado en el rescate, según fuentes médicas. Como había ocurrido en México meses antes se extendía poco a poco del oeste al centro del país. En España, el Ministerio de Sanidad anunció una aceleración en el programa de producción de vacunas antigripales, para empezar a suministrarlas a la población de riesgo a partir de septiembre.
Esa mañana, antes de entrar al periódico, recibí una llamada de mi madre. Estaba preocupada por mi hermana Luisa. Había pensado, como yo, que su situación no era muy segura en Argentina, con la que se estaba liando en Estados Unidos. Por eso la había llamado para pedirle que volviera inmediatamente, y se había encontrado con un no rotundo, ya que Luisa llevaba meses preparando el viaje y no tenía ninguna intención de suspenderlo. Le prometí que trataría de convencerla.
Entre el trayecto desde el monte y la conversación telefónica, llegué tarde al periódico. Fernando me esperaba a la entrada y me anunció que había reunión con el director. Esa clase de citas no me gustaban un pelo, pero yo venía de librar así que pensé que si se trataba de un fallo no era cosa mía. Sin embargo el director estaba contento. Nos invitó a sentarnos y nos echó una burlona mirada. Sabía la tensión que provocaban sus reuniones y disfrutaba retardando el momento de comenzar a hablar tras una sonrisa pícara.
- ¡La crisis de Los Ángeles ha sido un milagro!- dijo, y se empantanó sobre su sillón para observar nuestra reacción.
- ¿Un milagro?- pregunté.
- Sí- respondió- Las ventas del periódico se han multiplicado desde el lunes. Según me ha dicho el director general esta mañana hemos crecido un 20% en menos de una semana. ¡Es algo milagroso!
Fernando y yo nos miramos con cara de circunstancia.
- ¡Enhorabuena chicos!- prosiguió- Pero ahora no hay que despistarse, quiero dedicar todo el periódico a la crisis, quiero un cuadernillo especial, central... o mejor exterior, con una gran fotografía a sábana. ¿Hay algo más que contar? Todo el mundo está hablando de Estados Unidos, démosle lo que quieren.

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