martes, 15 de septiembre de 2009

Segunda semana, viernes. Ya vienen

Pepe fue el primero en verlos. El jefe de Deportes del periódico había conectado la televisión para ver si La 7 (la televisión autonómica de Murcia) emitía el programa especial de deportes antes del informativo (llevaba toda la semana sin hacerlo) cuando se encontró con la imágenes.
- ¡Joder! Venid a ver esto. Están por todas partes- dijo.
El canal regional estaba emitiendo en directo una auténtica procesión de muertos. Eran cientos y estaban andando por una especie de polígono industrial y una vía rápida que pasaba un poco por detrás. Me di cuenta de que eran los alrededores de los estudios de La 7 en el Polígono Industrial Oeste. Al parecer, el cámara estaba en la azotea del edificio, junto a una periodista que a duras penas conseguía articular palabra, visiblemente asustada.
Los zombies andaban tranquilamente, algunos pasaban de largo y otros se acercaban a la televisión, plantándose en las vallas del complejo y mirando hacia arriba. Eran hombres y mujeres de todas las edades, muchos de ellos vestidos con batas verdes y blancas, y con diversas manchas de sangre. Varios comentaristas de La 7 que se econtraban en un plató con el que la cadena conectaba de vez en cuando, manteniendo la imagen del terrado, informaron de que las autoridades habían perdido el contacto la noche anterior con el Hospital Virgen de la Arrixaca. A primera hora de la mañana comenzaron a verse los primeros infectados del Virus R bajando desde la ciudad hospitalaria y para esa hora eran ya una marcha continua.

La televisión emitió una secuencia que tenían grabada, similar a la que llegaba en directo, en la que los muertos 'procesionaban' de igual forma. En cierto momento la cámara se fija en un niño en pijama. Se acerca a él y se puede ver que no tiene pelo, y tampoco mano izquierda, sólo un muñón sangriento. El pijama azul que lleva está también marcado por tonos rojizos. Cuando el cámara se acerca para centrarse en el rostro del pequeño, éste para de andar y gira la cabeza hacia la izquierda. De repente abandona el plano. La imagen se va ampliado a medida que el técnico abre el zoom y capta a otros zombies que pasan corriendo, todos en la misma dirección. Se dirigen hacia la vía rápida. Se escuchan entonces unas detonaciones. Provienen de un coche de la Policía Local que está intentando dar marcha atrás llevándose a los muertos por delante. Si embargo son muchos y pronto el vehículo no puede moverse. Lo cubren por todas partes, como si fuera una marabunta. Ya no se escuchan los disparos.

Ese suceso había sido captado hace unas horas. Desde entonces la población de infectados había aumentado, reptando en dirección a Murcia y acumulándose en los accesos a la televisión. La Arrixaca era un conjunto de instalaciones médicas enorme, en el que normalmente trabajaban miles de profesionales sanitarios. Además, desde el comienzo de la crisis había acogido centros de investigación de la infección, junto a los pacientes comunes ingresados en las diversas secciones del hospital. Si el virus se había extendido por toda la zona, podía haber matado y revivido a más de diez mil personas, que ahora marchaban hacia Murcia.

Lo tuve claro. Llamé a mis padres inmediatamente y les dije que abandonaran la ciudad evitando las salidas sur y oeste, a las que seguramente ya habían llegado los zombies. Me dijeron que iban a venir a por mí y nada pude hacer por convencerles de lo contrario. El pánico se hizo con el periódico, los redactores llamaban a su familia y amigos para alertarles de lo ocurrido. Algunos dijeron con las mismas que se marchaban con ellos y, evidentemente, no pusimos ningún reparo. ¿Que haría yo? Había llegado esa mañana a la redacción con la idea de sacar una edición informando a los lectores de la situación actual, de la medidas de precaución de podían tomar de las zonas seguras... Pero en ese momento no tenía claro que pudiéramos llegar a imprimir y distribuir un periódico al día siguiente. El móvil de mi madre sonó. Me lo había llevado porque había perdido el mío. Era mi padre. Me dijo que no podía acceder al centro. Los coches dejaban la ciudad y policías y militares habían habilitado todos los carriles en dirección salida. En Murcia sólo estaba permitida la entrada de vehículos de emergencias. Mi padre sugirió tomar una vía alternativa, pero eso exigía acercarse a los accesos peligrosos y me negué en rotundo. Les dije que se marcharan y que yo les seguiría hacia la casa de campo en el coche de mi hermana. Lo último que escuché fue la voz de mi madre:
- ¡Pedro, sal de ahí ya!

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