miércoles, 2 de septiembre de 2009

Segunda semana, jueves, control

El líder del grupo de agentes que irrumpió en los calabozos se llamaba Ignacio Sala, subinspector Ignacio Sala. Se presentó a todos los que quedábamos vivos allí abajo antes de abrir las puertas:
- Esta es vuestra noche de suerte- explicó, caminando por la sala mientras hacia un repaso de los presos- No tenemos suficientes hombres para mantener la vigilancia de los calabozos... Se puede decir que en estos momentos hay otras prioridades. Así que con la autorización de la Delegación del Gobierno, voy a proceder a la puesta en libertad de todos los detenidos.
Los presos irrumpieron en gritos de celebración. Sin duda, la situación tenía que ser muy difícil para que las autoridades tomaran esa clase de medidas.
- ¡Antes!- exclamó Ignacio, reclamando silencio- Antes, debo informar del programa de seguridad aprobado por el Gobierno tras la cumbre de Madrid, ya que seguramente aquí dentro no se han enterado de nada. En primer lugar, el Gobierno recomienda a los ciudadanos que permanezcan en casa mientras las fuerzas de seguridad controlan la situación. En segundo lugar, deben evitar el contacto con los infectados y llamar a las autoridades si descubren algún enfermo- En ese momento echó un vistazo alrededor de la sala y sonrió- Supongo que no tendrán ningún problema en identificar a los enfermos (recalcó con sorna esa palabra) y saben qué hay que hacer con ellos. En tercer lugar está prohibido que los civiles actúen contra los enfermos si no es en legítima defensa. Lo que es por mí pueden saltarse este último punto.
- ¡Tenlo claro guapo!- respondió una de las prostitutas.
- De lo demás se irán enterando en la radio o la televisión, no hablan de otra cosa- prosiguió- Y una cosa más, casi lo olvido. No vayan por ahí asaltando tiendas y robando a viejecitas aprovechando la situación, porque ya han visto que ahora tenemos el gatillo fácil. Hoy ha sido un día bastante difícil y creo que he ya he roto bastantes reglas... no me gustaría tener que disparán también contra los vivos.

Uno de sus hombres pulsó el botón de apertura de las puertas y todas las rejas se abrieron al mismo tiempo. Los presos salieron rápidamente y fueron abandonando los calabozos escaleras arriba. Pero el subinspector salió a mi paso cuando me disponía a marcharme.
- Usted no periodista- me dijo cogiéndome del hombro- antes debe acompañarme a ver al delegado del Gobierno.
La orden me heló la sangre. No sabía hasta dónde podía llegar el delegado del Gobierno en su deseo de ocultar información. Y los hombres de Ignacio lo tenían muy fácil para acabar conmigo, les bastaba con decir que habían matado a un zombie más.
Sin embargo, el subinspector no tuvo que dar un salto más en su carreras de pruebas morales. Salí de la comisaría escoltado. Antes tuve que ver la masacre que había tenido lugar en la planta principal, cuando el médico abrió las puertas del infierno. Sangre por todas parte, cuerpos destrozados, quién sabe si de infectados o sanos, aunque qué más daba ya eso. Alguien había volcado un par de mesas a modo de barricada, en los accesos a la planta superior. ¿Cuánta gente habría muerto allí arriba?

A la salida me deslumbraron los flashes. Decenas de fotógrafos, cámaras y periodistas se habían concentrado a las puertas de la Jefatura de Policía, seguramente alertados por el tiroteo que se vivió dentro. Eran las seis de la mañana y cada relampagueo de las cámaras me descubría a un compañero mío, aunque esta vez yo estaba al otro lado de la noticia. Todos querían hablar conmigo. Algunos presos estaban haciendo ya declaraciones, pero a mí no me permitieron ni pararme a saludar. Fuimos a la Delegación del Gobierno, que se encontraba a menos de un minuto a pie de la comisaría. Allí pude tomarme mi primer café en dos días, en el rato que esperaba a que el delegado hiciera un hueco en su agetreada agenda para atenderme. También escuché el relato de las 'aventuras' del grupo de Ignacio durante esa sangrienta jornada, de boca de uno de los agentes que los acompañaba, un joven llamado Luis del Río, el único hombre del subinspector que parecía tener ganas de hablar.

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