viernes, 21 de agosto de 2009

Segunda semana, lunes

La vuelta a la rutina en Murcia me resultó extraña. Todo parecía igual en la ciudad. Ya era agosto y como cada verano la urbe tenía pocos habitantes y muchas obras. Al igual que la semana anterior, bajé en coche desde la casa del monte al periódico escuchando la radio y aparqué muy cerca de la redacción. Abrían los comercios del centro, los camareros sacaban a las terrazas mesas y sillas, había jóvenes de compras en las tiendas de moda. Pero para mí algo había cambiado. Tras el triste domingo que pasamos en la playa, intentando calmar a mi madre y pensando cómo conseguir que mi hermana pudiera volver de Argentina pese al cierre de las fronteras, el regreso a la ciudad y al trabajo se me antojaba difícil.

Al dejar el coche en una de las plazas de aparcamiento, que en esa época siempre abundaban, un basurero pasó cerca de mí, con su carrito y su lento caminar. Observándolo me recorrió una ridícula sensación de añoranza, como si fuera a echar de menos la presencia de ese limpiador, en el que nunca me había fijado realmente. Imaginé que se trataba de un sentimiento similar al de los reclutas que, en los tiempos del servicio militar obligatorio, apuraban las últimas horas de descanso sentados en un banco, fumando y viendo pasear a la gente. Algo me decía que todo estaba a punto de irse al carajo y me sorprendía idolatrando las escenas más cotidianas del día a día.

Una vez en el periódico, las noticias se acumulaban. Poco a poco la crisis del Virus R había ido acorralando al resto de temas y se podía decir que saturaba la agenda informativa. Los pocos asuntos locales que nos interesaban eran aquellos que tenían alguna relación con este suceso, como testimonios de murcianos que lo había vivido, medidas sanitarias que se estaban barajando, … Sin embargo, el grueso de la información llegaba de fuera. Así que decidimos preparar un reportaje especial. Consistía en un mapa del mundo en el que se señalaban los puntos más calientes, porque el virus se extendía ya prácticamente por todos los continentes. Sólo Europa occidental se salvaba, por ahora. La idea era utilizar el mapa como base de un gráfico a doble página en la apertura del periódico, con la última hora en cada país, dedicando, eso sí, un espacio destacado a Estados Unidos.

Coloreamos, gracias a un programa de infografía, cada país según el grado de alerta en el que estaba inmerso. Verde era sin rastro de infección, y gradualmente, a través del azul el amarillo, se indicaban los avances del virus. El rojo estaba destinado a las naciones o grandes regiones sumidas en el caos. Tras una dura jornada de recopilación a través del Ministerio de Asuntos Exteriores, las embajadas y sobre todo de las ediciones digitales de periódicos extranjeros, completamos el mapa de la infección. El resultado fue tan atractivo como desolador.

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