viernes, 14 de agosto de 2009

Quinto día, la duda II

Cuando regresé a la redacción, el suceso del aeropuerto de Barajas ya se había hecho público. Es más, era la noticia de apertura del todas las ediciones virtuales de los periódicos españoles. Resultaba comprensible. Si yo tenía un testigo, el técnico del aire, los reporteros de Madrid tenían 200 (los pasajeros del vuelo de Dallas) y varios centenares más que estaba en la sala de llegadas cuando arribó el avión.
El Ministerio del Interior y AENA reconocían que se habían producido disparos, aunque negaban que hubiera heridos. Eso no cuadraba con la asistencia de medios médicos en el lugar tras el tiroteo, pero al haber acontecido en una zona de seguridad del aeropuerto, no había forma de confirmarlo. El Gobierno informaba de la detección de un pasajero con síntomas de infección del virus de Los Ángeles (no definía qué síntomas eran), el cual había sido trasladado, a pesar de su oposición (de ahí los tiros), a un hospital militar de Madrid. Junto a él habían sido puestos en cuarentena, en el mismo centro hospitalario, los pasajeros que los acompañaban. Es decir, pensé yo, aquellos que no lograron salir cuando se produjo la estampida.
La rueda de prensa del Consejo de Ministros, la última del mes de julio, también resultó muy fructífera informativamente hablando. La vicepresidente María Teresa de la Vega compareció para anunciar la puesta en marcha de un plan sanitario especial para afrontar la crisis americana. El plan incluía una serie de medidas negociadas en contactos telefónicos por las autoridades sanitarias europeas. Se trataba, sin embargo, sólo de una primera fase, ya que los socios de la Unión Europea se reunirían la semana siguiente para acordar un programa común. España, anunció la vicepresidente, se había ofrecido para acoger la cumbre.
De la Vega informó de que a partir del mismo viernes aumentarían los controles en aeropuertos, puertos y fronteras terrestres exteriores de la UE. Respecto a los vuelos con Estados Unidos, nuestro país había decidido suspender temporalmente las operaciones aéreas, y sólo cruzarían el Atlántico aviones militares y del Gobierno. La vicepresidente justificó esta decisión no sólo por los sucesos ocurridos en Norteamérica, sino también por la actitud del Gobierno americano, que al parecer no estaba informando de forma adecuada a los aliados europeos.
El parte de noticias se completaba con novedades alarmantes en Estados Unidos. El Ejército había 'liberado' Los Ángeles (si bien las imágenes mostraban otro participio, como arrasado) pero surgían nuevos focos de infección por toda California y los estados vecinos. La enfermedad, denominada oficiosamente como Virus R, por su parecido a la tradicional rabia, había sido detectada también en algunos hospitales de Washington y Nueva York, convenientemente acordonados y puestos en cuarentena. La zona de exclusión a periodistas se ampliaba rápidamente de California a Arizona, Nevada, el estado de Washington, Oregón y Nuevo México. Los corresponsales desplazados se quejaban del oscurantismo de las fuentes oficiales (ya casi exclusivamente el Ejército) y apenas podían obtener los testimonios de los refugiados.
A la hora de diseñar la portada del periódico volvieron las dudas de la mañana. Una vez más me arrepentía de no haber afrontado mejor la discusión con el director. Estaba cada vez más convencido de que tenía razón y era vital publicarlo, no tanto por la competencia con otros medios sino para informar a la población. Sin embargo, no había nada que hacer, el director había sido muy estricto en sus indicaciones y yo, lamentablemente tenía que reconocerlo, no confiaba tanto en mi teoría como para arriesgar el trabajo por ella.
Lo que sí hice fue llamar otra vez a mi hermana y advertirle de lo grave de la situación, rogándole que volviera cuanto antes. Mi madre también la había llamado, pero sólo había obtenido la promesa de que tendría cuidado y que no prolongaría su viaje más de lo planeado.

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