jueves, 27 de agosto de 2009

Segunda semana, la terraza IV

Decir que no tenía salida no era del todo correcto. A mi derecha e izquierda, con sólo subir al alféizar, estaba el vacío, que cada vez se me antojaba más atractivo. Las únicas escapatorias que no implicaban estrellarse contra el suelo en una caída de unos 30 metros estaba bloqueadas por Marcos a un lado y Fini, al otro. El primero parecía haberse recuperado de la inserción de las llaves en su ojo. Habían caído, no sé donde, y ahora un tejido sanguinolento le colgaba de la cavidad derecha. Su ojo izquierdo, el único que le quedaba, estaba fijo en mí. El torso animado de la mujer de la limpieza, por su parte, se arrastraba lentamente agarrándose a las baldosillas con las manos. Y aunque yo no sabía si ese engendro era capaza de volver a saltar como cuando se enganchó al cuello de Blas, era con toda seguridad mi rival más débil.

Di la espalda al técnico de aire acondicionado y golpeé con todas mis fuerzas la cabeza de Fini, que en ese momento abría la boca con una mirada ansiosa. La mujer por poco me agarra la pierna con un rápido movimiento de brazos, pero la patada la tiró contra la pared, a mi izquierda, y me dejó vía libre. Inicié entonces una loca carrera hacia el segundo bloque, donde permanecía el cadáver de Blas y probé la puerta, igualmente cerrada. Apenas tuve tiempo para quejarme porque Marcos se me echaba encima. La carrera siguió alrededor de la caseta del segundo bloque, bajo los aparatos de aire, rodeándola como si de un juego se tratara. Sin embargo Marcos cada vez corría más rápido y yo, en cambio, comenzaba a cansarme de verdad. Tenía que hacer algo o no tardaría en alcanzarme. La solución la vi en forma de cable. Uno de los aparatos parecía estar a medio conectar y tenía varios filamentos colgando a mi altura. El problema era que si los agarraba y empezaba a subir trepando con tan poca distancia entre Marcos y yo, él me agarraría sin remedio. Pero, ¿había otro camino? En cualquier caso no tenía tiempo para pensar así que elegí una de las vueltas y con las pocas fuerzas que me quedaban pegué un brinco y me agarré a los cables todo lo alto que pude. Por fortuna Marcos, quizás azorado por la inercia del continuo tiovivo alrededor de la caseta, pasó de largo al principio, y sólo cuando yo ya había logrado enganchar un tubo metálico a la altura de los aparatos de aire, paró, se dio la vuelta y se abalanzó sobre mis piernas, que aún colgaban.

Su empujón me lanzó hacia arriba y aterricé sobre una de las máquinas, que con mi impulso se soltó de sus raíles. El golpe, primero en la cabeza y después en el costado, me dejó sin respiración, y con un dolor que, unido a los batacazos anteriores, no me permitía siquiera comprobar si estaba fuera de peligro. Cuando al fin recuperé el aliento me asomé y vi que Marcos se encontraba bajo la caseta, mirándome con furia y tratando de agarrar los cables para subir. Sin embargo, algo no debía funcionar bien en su cabeza porque los tocaba pero no lograba cerrar la mano sobre ellos.

Aproveché para sentarme, descansar un rato y tratar de pensar en una forma de salir de allí. Lo único que impidió que me volviera loco durante los minutos que estuve sobre la caseta de máquinas fue que buscaba una salida. Ese instinto me había hecho dejar a su suerte a Blas cuando necesitaba mi ayuda y ahora impedía que pensara en otra cosa que no fuera seguir viviendo. Sin embargo, una idea dejaba de palpitar en mi mente. Mi teoría tenía todos los visos de haberse confirmado. De hecho parecía encontrarse a unos metros abajo intentando acabar conmigo. No sabía qué le había ocurrido a Marcos. Me atacaba como un poseso y apenas había reaccionado al reventón de su ojo. Esto sólo demostraba que se le había ido la cabeza. En cambio, la mujer de la limpieza no daba lugar a dudas. Se había quedado sin piernas quién sabe cuando, su sangre estaba esparcida por toda la terraza y a pesar de todo seguía moviéndose e intentando matar a cualquiera que se encontrara. No tenía ninguna duda de que ella sí era un zombie y el hecho de que no se enfrentara a Marcos indicaba que él también debía serlo, pues uno tenía que haber contagiado al otro. Suponía que todo estaba relacionado con el incidente de Barajas.

De cualquier forma, de nada servía lo que razonara, pues mi objetivo debía ser salir de allí como fuera. Entonces recordé que tenía un móvil, con el que había llamado a Marcos unos minutos antes. Al sacármelo del bolsillo descubrí horrorizado que se había partido como un puzzle. Impotente y realmente cabreado me levanté y se lo lancé a Marcos a la cabeza. El impacto no le hizo inmutarse, pero eso me dio una idea. Junto a mí había al menos una decena de aparatos bastante pesados. Aplastaría la cabeza de ese loco antes de darme por derrotado. Al intentar levantar el primero, sobre el que había aterrizado, me di cuenta de que pesaba realmente mucho. Sólo pude arrastrarlo y después hacerlo volcar sobre el bordillo de la caseta. Ni siquiera me preocupé de si Marcos estaba debajo y la máquina cayó a un metro a su derecha. Fui a por el siguiente, buscando ahora el más ligero. A base de patadas le solté los enganches del suelo y, éste sí, pude levantarlo unos centímetros.
- Marcos, pedazo de cabrón, ven aquí- mascullé, pues el esfuerzo apenas me permitía resoplar.
El técnico se situó debajo de mí y comenzó a saltar para tratar de alcanzarme. Cuando ya no podía más solté el aparato, que reventó contra la cabeza de Marcos. El hombre se fue al suelo con la cabeza abierta. Una vez recuperé las fuerzas repetí la estrategia con Fini.

Después me acerqué a Blas. Estaba tirado boca arriba, con la cara desfigurada por los mordiscos de Fini y Marcos. Un charco de sangre se extendía desde su cuello hacia uno de los sumideros. Busqué sus llaves en los bolsillos, temiendo que en cualquier momento se incorporara y saltara sobre mí. Sin embargo no lo hizo, así que las cogí y salí disparado a llamar a la Policía.

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