miércoles, 26 de agosto de 2009

Segunda semana, la terraza II

Blas, el portero, se me adelantó en el último momento, ya en el pasillo final antes de llegar a la terraza, y metió su llave en el cerrojo de la puerta metálica. Lo hizo dando una larga zancada, impulsándose con su pierna mala y ofreciéndome su hombro como muestra de triunfo. Estaba molesto por lo que consideraba la intromisión de un vecino en sus sagrados dominios. Y además ese vecino le había contado una historia ridícula.
- ¿Cómo va a pasar un hombre cinco días en la terraza sin que nadie se entere?- criticaba.
Le dio una vuelta a la llave y después golpeó la puerta, para seguidamente intentar darle otra vuelta y finalmente pegarle una patada. Se abrió suavemente, con un rugido metálico, y Blas dijo sin mirarme:
- Está abierta la condenada, otra vez se han olvidado de cerrarla.
El portero franqueó la entrada y echó un vistazo, mientras yo le seguía. Frente a nosotros había un muro que parecía abrirse a la derecha hacia otra parte de la terraza.
- ¡Marcos!- grité.
- ¿Cómo que Marcos? Aquí no hay nadie- respondió Blas.
Avancé por el pasillo descubierto, que nos llevaba a otra zona con dos alturas por encima, una de ellas llena de aparatos de aire acondicionado y la superior coronada por una antena de telefonía móvil. Pensé que ése era el mejor lugar para encontrar al técnico y, efectivamente, a los pies del bloque de las máquinas había un maletín de herramientas y tras la esquina asomaba una consola, tirada en el suelo, similar a las que ya había colocadas arriba.
- Marcos- dije ahora más suavemente, como temiendo encontrarlo espachurrado al girar.
Sin embargo allí no había nadie.
- Pero ¡qué demonios!- exclamó Blas a mi espalda.
Entonces levanté la vista del aparato y me encontré dos enormes manchurrones negruzcos, aunque con ciertos tonos rojos, sobre la pared. Eran rastros que iban desde arriba al suelo y se perdían tras otro de los bloques de aparatos de aire.
- ¿Marcos?- repetí en esa dirección, aunque esta vez lo hice incluso más bajo que la anterior, perdiendo la llamada toda su eficacia- ¿No deberíamos llamar a alguien?- propuse después a Blas.
En cambio, él seguía observando los manchurrones, que para mí eran obviamente de sangre pero en los que el portero sólo parecía ver horas de duro trabajo.
- Marcos- mascullé el nombre del técnico y únicamente yo me escuché.
Blas se había acercado a la pared y rascaba con las llaves una parte especialmente espesa de la mancha, evaluando los daños para las arcas de la comunidad de vecinos. Estaba claro que el portero no me iba a ayudar lo más mínimo y algo dentro de mí (más bien todo) me decía que no era bueno seguir un rastro sangriento en una terraza solitaria.
Saqué el teléfono móvil del bolsillo y busqué el número de Marcos. Lo marqué deseando que no sonara, como método de prueba, a mi parecer definitivo, de que no se encontraba tras el segundo bloque de máquinas, donde se extinguía la vereda negruzca. Sonaron tres tonos en mi teléfono y cuando estaba a punto de pulsar el botón de cortar llamada oí un zumbido a lo lejos acompañado del sonido de unos tambores. La sintonía se hizo poco a poco más fuerte y reconocí la voz de Macaco, cantando su popular Moving.
- ¿Qué es eso?- preguntó Blas, que por fin había dejado la mancha y miraba, como yo, hacia el lugar del que parecía proceder la música.
- La canción de un móvil, creo- respondí.
- ¿Está allí?
- Creo que sí.
El portero no tenía dos toneladas de terror en sus pies y pudo emprender la marcha hacia la dichosa canción, desapareciendo de mi vista tras el bloque. Durante unos instantes, que se me antojaron muy largos, no escuché nada, pero entonces surgió la voz de Blas.
- ¡Oye tú! ¡Oye!- repetía.
Seguía al portero intentando no pisar el rastro de sangre y sobrepasé el muro. Blas estaba al final de otro pasillo descubierto y una figura se encontraba unos tres metros por delante de él, de espaldas y como asomado al final de la terraza, aparentemente mirando la calle, diez pisos más abajo. Fui hasta Blas y le pregunté:
- ¿Es Marcos?
- ¿Cómo demonios voy a saberlo? No lo conozco.
Al menos lo parecía desde detrás. Tenía el mono de trabajo puesto y su característico pelo grasiento. Los brazos le colgaban como inertes, apoyados a medias en la barandilla de la terraza y en las mangas había más manchas negruzcas, aunque el rastro se había perdido y no llegaba hasta él.
- ¿Marcos?- pregunté.
Como respuesta sólo obtuve el estribillo de Macaco, que seguía sonando mientras Blas y yo contemplábamos la escena.
- ¡¡¡Marcos!!!- exclamé después y me llevé la mano a la boca sorprendido de la fuerza de mi voz.
De repente, su cabeza, que hasta entonces había estado inclinada hacia abajo, se enderezó lentamente y comenzó a girar hacia nosotros.
No sé si Blas estaba tan asustado como yo, pero ambos dimos un paso hacia atrás.

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