viernes, 7 de agosto de 2009

Cuarto día, segunda parte


Fernando y yo salimos del despacho del director desconcertados. Deberíamos sentirnos contentos, una subida de ventas del 20% era algo desconocido para El Faro. Y si algo necesitaba nuestro medio, agobiado por una exigua cuota de mercado, era remontar el vuelo frente a los diarios La Opinión, que nos cuadriplicaba en lectores, y La Verdad, un monstruo editorial de 100 años de historia y el periódico por excelencia de la Región de Murcia. Sin embargo, al mismo tiempo, y por lo menos en mi caso, me había implicado demasiado en el tema y ciertamente había perdido la perspectiva editorial. Las novedades que publicábamos eran las que conocíamos y me movía más el ansia de saber que el de adelantarme a otros medios. Si éramos realistas, un periódico como el nuestro dependía por completo de fuentes externas y el interés que habíamos despertado en los lectores murcianos se podía explicar, en primer lugar, porque el tema verdaderamente nos interesaba y, por qué no decirlo, por el enfoque sensacionalista que habíamos adoptado.
Fernando lo resumió todo en una frase:
- Nos estamos volviendo locos.
La rutina informativa a la que habíamos llegado esos días pasaba por estar atentos a la publicación de la nuevas ediciones de los periódicos norteamericanos. Aunque los portales actualizaban continuamente sus contenidos, entre las cinco y las seis de la madrugada hora estadounidense (de nueve a seis horas menos que en España, dependiendo si el reloj se encontraba en la Costa Oeste o la Costa Este respectivamente) salían las ediciones especiales de los diarios americanos y en ese momento era cuando se publicaban los reportajes más interesantes. Justo al terminar la reunión llegaron las primeras portadas de las zonas de Nueva York y Washington, en realidad donde estaban las principales cabeceras, y una vez más, nos dejaron en el sitio. 'Canibalismo en Los Ángeles', titulaba el USA Today. 'Denuncian ataques salvajes en California', decía por su parte el más serio New York Times, que sin embargo citaba en el cuerpo de la noticia testimonios de combates cuerpo a cuerpo y casos de antropofagia. La prensa estadounidense venía a confirmar lo apuntado unas horas antes por la inglesa, mucho más sensacionalista, en base a los relatos, imágenes y vídeos que llegaba de la Costa Este. En boca de los rotativos ingleses era simplemente un disparate más de la prensa amarilla, pero repetido por diarios como el Times resultaba realmente inquietante.
El Gobierno estadounidense respondió inmediatamente negando estas informaciones y decretando el cerco informativo a una amplia zona de California. A partir de ese momento no podrían acceder ni medios americanos ni extranjeros, si no era acompañando a las unidades militares que el Ejército aprobara. Se trataba de una política similar a la de la Guerra de Irak aunque en suelo estadounidense, lo que la prensa del país denunció como una vulneración de la Constitución americana. Oficialmente la Casa Blanca justificaba la medida por la propia seguridad de los periodistas ya que, afirmaban, ya no podían garantizarla sobre el terreno. Para compensar el vacío de información, suministraron imágenes grabadas por los propios militares que parecían sacadas de la Operación Libertad Duradera (la invasión americana de Irak). Consistían en secuencias de bombardeos desde aviones o helicópteros, con la pantalla de infrarrojos enfocando el objetivo que después estallaba en mil pedazos, o salvas de artillería y soldados avanzando.
La mejor información, por contra, la aportaban los ya millones de refugiados que abandonaban los alrededores de Los Ángeles en dirección al norte, San Francisco, al oeste, Nevada y Arizona, e incluso hacia el sur, a México. La CNN retransmitía en directo el lento discurrir de las caravanas de coches y las declaraciones de ciudadanos que habían huido con los puesto ante los rumores de ataques de hordas salvajes, pues el término bandas o pandilleros se quedaba corto. Esos grupos, al parecer, acaban con todo lo que se encontraban. Eran muy numerosos y no tenían piedad. Algunos de los refugiados estaban heridos y cuando los periodistas les preguntaban por qué no habían recibido atención médica aseguraban que el Ejército estaba trasladando a todos los heridos a hospitales de campaña militares, separándolos de sus familias y sin dar explicación alguna, así que preferían evitar a los médicos.
Para las diez de la mañana (hora estadounidense) el presidente Barack Obama tenía programada una rueda de prensa en la que explicaría cómo avanzaban los acontecimientos y las medidas que iba a tomar su gobierno. Mientras tanto, fuentes sanitarias descartaban que la nación estuviera sufriendo una epidemia de Gripe A y añadían que investigaban en sus laboratorios centrales de Washingthon con la cepa de un nuevo virus de origen africano, el posible causante del pánico de Los Ángeles.

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