martes, 18 de agosto de 2009

El último fin de semana

El sábado me desperté temprano, maldiciendo al técnico del aire, al calor, al sol y a todos los elementos. A las nueve de la mañana comencé a llamar por teléfono a Marcos, pero no lo cogió. Llamé también a su empresa y me respondieron que no sabían nada de él. Por un momento llegué a pensar que me había podido robar y escapar con el botín, pero tras hacer un breve recorrido por el apartamento me puse a reírme mí mismo. ¿Qué me iba a quitar?
Salí a la terraza a refrescarme. Si algo bueno tenía mi pequeña casa era su terraza, de tamaño equivalente a la vivienda, unos cincuenta metros cuadrados, en el quinto piso de uno de los dos bloques de edificios de un recinto. Había colocado un pequeño toldo, varias tumbonas, sillas, una gran mesa redonda y la inevitable barbacoa que apenas utilizaba. Era el lugar perfecto para pasar la mayor parte del año en Murcia, aunque en verano reducía considerablemente el horario, y su uso sólo era apto desde las ocho de la tarde a las 11 de la mañana. Además, estaba totalmente descubierta y tenía otros cinco pisos por encima, por lo que no proporcionaba mucha intimidad.


Mientras me fumaba un cigarrillo vi pasar al portero por el recinto de la urbanización. Iba de aquí para allá arreglando los jardines. Bajé rápidamente a preguntarle por el técnico del aire pero me dijo que no lo había visto. Había estado hasta las nueve de la noche trabajando por culpa de la rotura de una de las vallas, se quejó, y nadie vino a entregarle las llaves de mi casa.
Perplejo, pero sin posibilidad de saber qué había pasado, ya que Marcos seguía sin contestar, decidí olvidar el tema al menos durante el fin de semana, que tenía libre, y marcharme a la playa. Me fui a La Manga del Mar Menor, donde tienen mis padres su casa de veraneo. Se trata de una profunda legua de arena que parte desde el sur, en Cartagena, y recorre unos veinte kilómetros hasta hundirse finalmente en el agua muy cerca del municipio de San Pedro del Pinatar, en la frontera con la provincia de Alicante. Así, encierra una laguna salada conocida como el Mar Menor, y permite que los miles de turistas que la invaden en verano disfruten de dos mares por el precio de uno, el Menor y el Mediterráneo (conocido allí, como no podía ser de otra forma, como el Mayor). Muchos la consideran un engendro de hormigón y como atentado a la naturaleza no tiene precio (las casas están literalmente pegadas al mar), pero a mí me gusta por esa misma razón, por lo absurdo de su planificación y sobre todo por el aspecto que tiene en invierno, cuando apenas residen un centenar de propietarios de comercios y tiene un aspecto fantasmal.

De camino, escuchando la radio en el coche, la crisis de Los Ángeles parecía sobrepasar ya los límites geográficos de su nombre. Como había confirmado el Ejército, la ciudad había sido arrasada pero los problemas seguían en su interior, con bandas que, pese al fuego de la pomposamente denominada Operación Castigo Divino, surgían de las ruinas para proseguir su enconada e incomprensible lucha contra los soldados. Además, los focos de la infección del Virus R se extendían por todo el país. La oscuridad informativa, como denominaban los medios de comunicación a la política de censura informativa del Gobierno americano en las zonas afectadas, se había extendido a los estados de Washington, Oregón, Idaho, Utah, Nevada y Arizona. También habían surgido focos importantes en Texas y otros aislados en hospitales y bases militares de Nueva York y Washington. Acerca de esos lugares no se podía informar. El Ejecutivo de Barack Obama ya no utilizaba la excusa de la seguridad de los periodistas, sino que afirmaba que la crisis se había convertido en un asunto de seguridad nacional. Los agentes del Gobierno habían actuado en las sedes de diversas televisiones en Nueva York, por la difusión de imágenes prohibidas. La dificultad para difundir los vídeos era extrema pues los servicios gubernamentales se habían esforzado especialmente por interrumpir el tráfico en Internet y bloquear el envío de mensajes multimedia a través de móviles. La postura de la Casa Blanca era calificada como muy preocupante por parte del resto de líderes mundiales y la Unión Europea era especialmente crítica, pues España no había sido el único país en recibir viajeros americanos infectados antes del fin de los vuelos a Norteamérica. Reclamaban información sobre la naturaleza del virus y su forma de propagación.

El informativo de mediodía de la Cadena Ser, que escuché en la playa, adelantó que el paciente infectado descubierto en Barajas había fallecido en el hospital, lo que lo convertía en la primera víctima mortal del Virus R en España. El resto seguía en cuarentena.


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