domingo, 2 de agosto de 2009

Segundo día, segunda parte

Fernando se quedó de piedra tras escuchar la historia. Su primera reacción fue mirar a Pablo para preguntar si se estaba riendo de nosotros. Sin embargo, Pablo ya se había puesto otra vez al teléfono, tratando de contactar con Nuria.

- El teléfono suena- exclamó desde su mesa- pero no lo coge.

Después volvió con nosotros y propuso avisar a la Policía o llamar a la embajada española. "Tenemos que hacer algo", repetía.

Sin embargo, había poco que pudiéramos hacer desde aquí, y así se lo hicimos entender. En cualquier caso, no estaba de más tratar de hablar con el Consulado de España en Los Ángeles, para intentar conocer la situación de Nuria y el resto de ciudadanos españoles. Pablo mismo realizó la llamada antes de que se lo encargáramos.

El Consulado español se encuentra en el mismo centro de Los Ángeles, muy cerca de Hollywood, y el cónsul es Inocencio Arias, antiguo representante español ante las Naciones Unidas. Cuando Pablo se puso en contacto con la oficina, le atendió una americana hispana que cortó la comunicación tras decirle que sólo atendía a ciudadanos españoles y familiares. Pablo le recordó el caso de Nuria y la oficinista se limitó a repetir el anuncio de la intervención del Ejército y que muy pronto se calmaría la situación.

Sin embargo, según nos explicó Pablo, la mujer parecía muerta de miedo al otro lado del teléfono y repetía el mensaje de la llegada de los militares como si estuviera leyendo un mensaje escrito.

Para entonces, el Ministerio de Asuntos Exteriores había emitido un comunicado en el que recomendaba evitar los viajes a Los Ángeles. En comunicación con el cónsul, estaban organizando el traslado de todos los ciudadanos nacionales en un avión del Ministerio. Al parecer, los aeropuertos internacionales de la ciudad no se habían visto afectados por los disturbios, pero el Gobierno americano había restringido el tráfico aéreo a los vuelos oficiales mientras el Ejército recuperaba el control de la ciudad. En primer lugar estaba evacuando los barrios del extrarradio de la ciudad y acordonando la zona con controles, para después entrar en el centro.


Esa noche el mayor problema para el periódico fue elegir entre la ingente cantidad de información e imágenes (abundaba más de lo segundo que de lo primero) que llegaba de Estados Unidos. La verdad es que a pesar de lo impresionante de las fotografías y los vídeos que ya se podían ver en Youtube, lo cierto es que nadie parecía saber a ciencia cierta que ocurría en la urbe. Mientras, aumentaba rápidamente la cifra de heridos y los servicios de rescate se veían desbordados para sacarlos de la ciudad.



Esa noche le tocaba cerrar la edición a Fernando y a mí salir antes, pero me quedé hasta que mandamos a rotativa la última hoja. Excitados por todo lo ocurrido, alargamos la hora de vuelta a casa en un bar del centro. Pablo era el que peor estaba, pues se preguntaba qué le habría pasado a Nuria. Aunque le tranquilizamos diciéndole que los soldados americanos tenían el gatillo fácil y pronto restablecerían la calma, la verdad es que no lo teníamos tan claro. ¿A qué situación había llegada la civilización para que un brote de gripe, o lo que fuera hubiera pasado, pudiera poner en estado de sitio una ciudad?

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