miércoles, 26 de agosto de 2009

Segunda semana, la terraza III

Giró la cabeza muy lentamente, cómo si le costara, hasta que ya no pudo volverse más. En ese momento sólo acertaba ver la mitad izquierda de su rostro. La cara de Marcos estaba pálida, incluso blanquecina. Con un paso igualmente ralentizado comenzó a darse la vuelta, girando sobre sí mismo y sin abandonar su posición. Entonces nos miró fijamente y perdí el poco valor que me podía quedar. Un marco de sangre ennegrecida flanqueaba sus labios, desde la nariz a la barbilla. Sus ojos parecían haber perdido todo color, pero en un segundo se inyectaron en sangre, mientras nos observaba. El mono de trabajo lucía también una gran mancha negruzca en el pecho y las rodillas. Pero lo peor de todo era su silencio. Nos miraba de frente y movía los labios lentamente, pero no decía nada.
Blas y yo actuamos casi al unísono y dimos otro paso atrás. Sin embargo tropecé con algo y tras intentar apoyarme con el pie contrario y agarrar una manivela imaginaria en el aire me caí de espaldas.
- ¿Fini?- preguntó el portero antes de que pudiera incorporarme.
Al levantar la vista descubrí que había tropezado con una mujer, o lo que quedaba de ella. Estaba boca arriba, en medio del pasillo por el que había llegado, y era literalmente un torso con brazos y cabeza. Unos pequeños muñones señalaban el lugar donde algún día hubo piernas. Llevaba un delantal gris sobre una camiseta verde, ambas prendas igualmente cubiertas de sangre.
- Joder, es la chica que limpia en el ático del doctor Luis- se lamentó Blas agachándose para verla mejor.
Un temblor que sacudía mis huesos me recorría el cuerpo desde que vi al técnico del aire acondicionado plantado ante el alféizar, pero sólo cuando intenté levantarme si éxito me di cuenta. Ni los brazos ni las piernas parecían lo suficientemente fuertes para mantenerme. No sé cómo en ese momento de tensión pude conectar las neuronas suficientes para preguntarme qué hacía allí en medio el cadáver de Fini si nosotros habíamos pasado por ese pasillo sólo un minuto antes sin verla.
La mujer de la limpieza respondió a mi pregunta con un movimiento rápido. Abrió la boca, se impulsó con las manos y se enganchó al cuello de Blas, que la recibió con sorpresa. Fini estaba viva, podía moverse y demostró también que podía morder con fuerza. Clavó sus dientes en la nuca del portero. Éste gritó y, ahora así, intentó quitársela de encima.
Justo en ese instante Marcos inició una carrera fulminante, emitió un rugido seco y se abalanzó sobre Blas, echándo a los dos contrincantes al suelo.
- ¡Dios!- grité fuera de mí.
Pese al temblor logré incorporarme y salí corriendo sin preocuparme del portero ni de sus gritos de auxilio. No digo que no fuera un comportamiento cobarde, sino que no era yo quien corría sino un antiguo instinto de supervivencia que afloró de repente en mí. Recorrí de vuelta el pasillo, giré al llegar al primer bloque resbalando levemente en la sangre, aunque conseguí mantenerme en pie, y tiré del pomo de la puerta metálica. Sin embargo, estaba cerrada. El mismo impulso que me había sacado de la situación de peligro inició una rabiosa pataleta sobre la puerta, con tal fuerza que casi me destrozo los pies. Los alaridos de Blas llegaban desde el otro lado de la terraza y yo sólo me rasgaba los dedos arañando los resquicios de una salida que se resistía a ceder.
No me calmé lo suficiente para darme cuenta de que tenía las llaves en mi pantalón. En su lugar, las noté clavándose en el muslo en una de las envestidas contra la puerta. Metí la mano en el bolsillo, palpé el llavero de cuero y al sacarlas descubrí que los gritos de Blas habían cesado. Me di la vuelta y allí estaba, como no podía ser de otra forma, Marcos, a menos de dos metros de mí, enseñándome violentamente los dientes de los que escapaban chorretones de sangre. Gruñía como si fuera un perro rabioso y su mirada me mantenía petrificado. Ignoré que tenía a Marcos tan cerca no había tiempo para abrir la cerradura y comencé a pasear mis dedos por las llaves, buscando la cabeza cuadrada indicada para abrir la terraza comunal. Mi oponente reaccionó ante el movimiento y saltó sobre mí, de una forma tan brusca que sólo pude protegerme con los brazos y recibir su ataque. Me aplastó contra la puerta y sentí como la manivela se clavaba en mi costado. Él se apartó rápidamente soltando un rugido aún mayor que el anterior, aunque ya no me miraba, sino que se movía a tientas. Al girar la cabeza acerté a ver que tenía mis llaves clavadas en su ojo derecho. El metal de aquéllas que no se encontraban alojadas en la cavidad ocular colgaba sobre su mejilla.
Sin embargo, la pausa no duró mucho. Volvió a lanzarse sobre mí, pero esta vez sí que pude apartarme y salí corriendo de vuelta a lugar donde habían atacado a Blas. Al enfrentarme de nuevo al pasillo que llevaba al segundo bloque me encontré lo que quedaba de Fini sobre el cadáver de Blas, royéndole la nariz. Traté de frenar espantado pero la sangre que había en el suelo me hizo resbalar y me desplomé otra vez. La mujer de la limpieza me percibió y abandonó a su presa, arrastrándose con su brazos hacia mí. La espalda me dolía por el último golpe y no pude sino pegarle una patada en la cabeza, mientras trataba de levantarme. Al hacerlo, escuché el rugido de Marcos a mi espalda. Se acercaba corriendo a torpes zancadas y con los brazos hacia delante, como si no tuviera claro hacia dónde iba. Al verme en el centro del pasillo, con Fini bloqueándome el paso desde el suelo, paró y me echó una ojeada final. Estaba atrapado.

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