viernes, 18 de septiembre de 2009

Segunda semana, viernes. Ya vienen III

-¿Ya vienen?- preguntó Rosa- ¿Esos disparos son por ellos?
- Tiene que ser en el río o en el Malecón, ha sonado por allí, donde estaban las barricadas- respondió Fran, que al igual que Juan Carlos había bajado del periódico con la cámara a cuestas.
- Pero yo tengo allí mi coche, siempre lo dejo allí- Rosa se echó las manos a la cabeza.
Yo, mientras tanto, pensaba cómo salir de allí. El Seat Ibiza de mi hermana había desaparecido, con toda seguridad robado, una práctica nada difícil con todos los agentes de la ley destinados a los parapetos de contención. Podía ir a pie, pero no sabía si tendría tiempo de llegar a las barricadas de la plaza Circular, y una vez allí debería seguir a pie hasta algún punto en el que pudieran recogerme mis padres.

El tiroteo se hacia más intenso, acompañado de explosiones. Volvimos a la Gran Vía, tomada en ese momento por decenas de coches que trataban de llegar hasta los puntos de control antes del fin del plazo del mediodía. Motos y ciclistas se colaban entre los vehículos, cuando no eran peatones, para los que no había ya sitio en las aceras. La ciudad entera parecía haber decidido bajar a la vez por la avenida y el colapso estaba servido. Que yo hubiera cometido el mismo error que todos ellos no me impidió preguntarme cómo tanta gente había esperado hasta el último momento para buscar refugio.
Por otra parte, entre los pitidos de las bocinas y los gritos era complicado averiguar si los disparos había cesado ya o sólo estaban camuflados entre el tumulto. Juan Carlos dijo que no pensaba quedarse ahí parado y se lanzó en dirección contraria, calle arriba hacia el río, para fotografiar el tiroteo en las defensas del Malecón. Era una decisión estúpida muy propia de él, acostumbrado a meterse en problemas para conseguir las mejores imágenes.

El resto de nosotros se unió a la inmensa caravana que abandonaban el casco urbano. Bajamos hasta la plaza de la Fuensanta, frente a la puerta de El Corte Inglés. La tienda estaba inexplicablemente abierta y mucha gente se colaba, probablemente buscando un camino menos concurrido hacia las afueras. Sin embargo, Fernando me señaló a una pareja que salía de las galerías comerciales cargando una televisión. ¡Pillaje! Con esas cosas pisándonos los talones y a alguien se le ocurría entretenerse en robar.
Fran propuso tomar los callejones que se expandían entre la avenida de la Constitución y de la Libertad, para tratar de salir de allí cuanto antes. Cruzamos la plaza y nos disponíamos a adentrarnos cuando se oyeron unos gritos procedentes de una de las puertas de Zara. Dos chicas aparecieron soltando alaridos y se tropezaron contra los peatones que poblaban la acera. Tras ellas iban un guardia de seguridad que se dio la vuelta al cruzar el umbral. En las manos llevaba un extintor, del que salió un chorro de polvo blanco dirigido al interior de la tienda de ropa. Fuera lo que fuera lo que intentaba no resultó, porque se abalanzaron sobre él dos o tres figuras (poco podía distinguir ya) y lo echaron al suelo.

En ese instante el caos que reinaba entre los miles de ciudadanos que circulaban por la zona se convirtió en una auténtica estampida. Las personas más cercanas al ataque salieron corriendo hacia atrás, tropezando con los que estaban a su espalda, y se produjo un efecto dominó. A un metro de mí, una mujer fue atropellada por una furgoneta al saltar corriendo a la carretera. Yo mismo casi caigo al suelo cuando tropecé con el bordillo de la acera, huyendo del lugar del ataque. Si lo hubiera hecho habría acabado como los pobres desgraciados que se desplomaron delante de mí, pisados y machacados por la turba. En cierto momento, ya en la pequeña placetuela que se abre ante la puerta principal de El Corte Inglés, noté como una mano me cogía del tobillo. Trastabillé y caí. Al darme la vuelta vi que se trataba de una anciana que trataba de levantarse, pero ni siquiera pude acercarme a ayudarla porque la rodilla de un hombre que pasaba corriendo a mi lado me golpeó la cara, dejándome noqueado. Me salvó Fran, que continuaba a mi lado. Me levantó y fuimos hasta una de las columnas de la entrada a la tienda. Yo entonces apenas me daba cuenta, pero la confusión de la carrera en ninguna dirección de cientos de personas causó más muertes en ese momento que los infectados.

Cuando me recuperé, apoyado en la columna, con Fran haciendo de parapeto, asistí a una escena espantosa. Al parecer, no todo el mundo salió corriendo al ver a los zombies. Un grupo de jóvenes los atacó con palos y piedras procedentes de las obras de un garaje subterráneo. No vimos como lo consiguieron, pero cuando se despejó el gentío, apareció el cadáver del guardia de seguridad junto a otros dos cuerpos, y un tercero apoyado en el escaparate de una tienda cercana, con parte de la cabeza espachurrada en el cristal. Unos diez chicos, que aun mantenían, sus ‘armas’ en las manos, se felicitaban por haber acabado con los infectados, pero no se habían dado cuenta aún que una joven vestida con el uniforme de Zara se arrastraba por el asfalto cojeando y pidiendo ayuda. La pierna derecha estaba desgarrada y, de hecho, no la apoyaba apenas. También tenía rastros de sangre en cuello y la cabeza, con el pelo rubio teñido de rojo. Pero estaba viva, sin duda, porque seguía hablando.
En seguida se formó un corro alrededor de ella, no porque nadie quisiera acercarse, sino más bien porque la gente se apartaba asustada.
- ¡Le han mordido! ¡Está contagiada!- advirtió un hombre.
- Que no os toque- dijo otro.
La joven estaba muerta de miedo, pero quedaba claro que ninguno de los que nos encontrábamos allí pensaba ayudarla. Con mucho esfuerzo logró incorporarse y extender las manos suplicando ayuda. Lo único que consiguió, sin embargo, fue que un agente de la Policía Local, que había acudido allí atraído con los gritos, la encañonara advirtiéndole que se mantuviera alejada. El rostro de la herida era para entonces un poema, rompió a llorar y tropezó, con tan mala suerte que cayó a las obras del parking. Cuando nos asomamos vimos su cuerpo clavado en los hierros de forja de la estructura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola seguidores de las desventuras de Pedro, este próximo fin de semana hago, ya era hora, el condenado examen de las oposiciones así que a partir de entonces volveré a la carga con esos seres tan simpáticos, los zombies. Un saludo que al fin y al cabo nos conocemos todos!!!