lunes, 2 de noviembre de 2009

Encerrados en El Corte Inglés. Operación salida

El problema más viejo de Murcia, el mal que ha acompañado esta tierra desde que se tiene memoria, fue el acicate que necesitábamos para abandonar ese pequeño paraíso en el que nos habíamos refugiado: la falta de agua. La última planta de El Corte Inglés de plaza Fuensanta fue nuestro refugio y hogar durante dos semanas, el tiempo que había transcurrido desde la llegada de la epidemia a mi ciudad. Pero si la muerte acechaba fuera, dentro de la tienda nos esperaba una seca agonía. El corte en el suministro del agua corriente nos dejó a expensas de las pequeñas reservas en agua embotellada. Antes de parapetarnos en la cuarta planta, los militares tuvieron la prudencia de subir todo el agua que pudieron del supermercado, ubicado en la planta baja, pero estábamos acabando con ella. Era posible que hubiera más botellas en el almacén, pero llegar hasta allí y volver a subir suponía sólo prolongar el calvario, 80 personas consumían demasiados víveres al día. La solución pasaba por abandonar el lugar, ya fuera en busca de provisiones para volver o con el objetivo de encontrar otro refugio, optativas sobre las que no había acuerdo. Tras muchas discusiones se impuso la tesis de quien tenía las armas, ofreciendo los militares, eso sí, la alternativa de que se quedara quien quisiera. La caravana se dirigiría a la base de la que procedían nuestra unidad, la de Javalí Nuevo, al oeste de la ciudad.
El depósito de mercancías era el único lugar presumiblemente libre de zombies que disponía de vehículos y, por tanto, la mejor vía de escape. El garaje y el resto de la tienda, plagado de esas cosas, ya habían sido descartados; y el paso a otros edificios resultaba imposible dada la lejanía y la falta de material de escalada. Para llegar al almacén se colocó un sistema de cuerdas hasta la azotea de la primera planta. Una vez allí, se accedía a la zona de carga y stock por medio del sistema de refrigeración. Los militares realizaron una primera incursión para comprobar si el lugar estaba limpio de zombies y averiguar cuántos vehículos había. El resultado fue mejor de lo que esperábamos: cuatro furgonetas de reparto y la joya de la corona, un furgón blindado encargado del transporte de dinero y joyas. Además, ni un solo muerto viviente se había logrado colar.
Sin embargo, escapar del centro de Murcia a la carrera sobre cuatro ruedas no parecía sencillo. Literalmente estábamos en el peor sitio para realizar una salida rápida, dado que la Gran Vía y la avenida de la Constitución estaban colpasadas por cientos de coches abandonados el día del gran atasco y la avenida de la Libertad resultaba impracticable por las obras. Ésas eran las calles que daban a la dos fachadas principales de la tienda pero, en realidad, el almacén estaba justo en el lado contrario, a la espalda del centro comercial, una zona mucho más residencial, con vías más estrechas pero a través de las cuales parecía posible abrirse paso. Los obstáculos serían los coches atravesados en la carretera y cientos de zombies que seguían deambulando. Era necesario atraer la atención de esas cosas hacia la puerta principal de El Corte Inglés, por ejemplo, para despejar la parte trasera. Estaba claro también que quien se encargara de esta labor no podría formar parte de la caravana de escape, pues resultaba necesario mantener los juegos de artificio el mayor tiempo posible. Aquellos que se quedaran contarían con provisiones suficientes para resistir algún tiempo más, dado que entonces habría menos bocas para repartir; aunque tendrían que lidiar con el catastrófico estado de la cuarta planta, donde insectos y ratas comenzaban a vivir a sus anchas entre los cadáveres. En cualquier caso no había sitio para todos en los vehículos disponibles.
Llegó el momento de la gran decisión, ¿huir en busca de un destino mejor o quedarse en espera de tiempos mejores?

No hay comentarios: