martes, 3 de noviembre de 2009

Domingo 16 de agosto. La escapada

La madrugada apuraba sus últimas sombras cuando el primer cóctel molotov dibujó un arco llameante y explotó contra el cristal de un coche abandonado en plena plaza Fuensanta. Le siguieron tres más, todos ellos arrojados desde la terraza de la primera planta de El Corte Inglés, sembrando el fuego alrededor de la explanada. Ahora sí, la luz se hizo en la plaza, y cientos de muertos vivientes aparecieron a los ojos de los lanzadores, desorientandos por las llamas y quizás hasta sorprendidos tras días sin ningún humano al que hincar el diente. Desde todos los extremos de la plaza, decenas de zombies más se unieron a la fiesta. Llegaban corriendo, esperando encontrarse un festín, pero fueron recibidos con granadas, petardos caseros y más cócteles incediarios. Yo lancé una de las botellas; prefería el calor de artefacto incendiario a la inquietante chispa de la mecha de los explosivos.
La plaza Fuensanta, situada frente a la puerta principal de la tienda, se llenó muy pronto de muertos. A mis ojos, se asemejaba a la perspectiva que debía tener una gran estrella de rock desde el escenario: miles de brazos en alto dirigiéndose hacia nosotros, entre explosiones, gritos y fuego. Sólo desentonaba la imponente figura de la Menina de Valdés, situada en el centro, similar a una enorme careta de Darth Vader.
Uno de los policías que mi grupo informó por walkie a la caravana de que habíamos iniciado la fiesta. Al otro lado de El Corte Inglés, en la zona de entrada de mercancías, el grupo que iba tratar de escapar en vehículos (formado por la mayor parte de los 'habitantes' de la tienda y todos los militares, motados en cuatro furgonetas y un transporte blindado), debía estar iniciando el plan de huida, que se resumía en abrir la puerta del almacén y salir disparados. Nosotros habíamos hecho de cebo para atraer hacia el otro lado de las galerías comerciales a la mayor parte de los muertos. Esperábamos que fuera suficiente.
Sin embargo, ellos no serían los únicos en intentar la huida de la tienda esa noche. Un pequeño comando, si se podía definir a sí a cinco civiles con apenas dos semanas de experiencia anti-zombie, tenía la intención de salir a pie de El Corte Inglés en dirección norte, hacia las galerías Princesa, situadas justo enfrente, cruzando la avenida de la Libertad, en el bajo de varias torres de viviendas. Y yo iría con ellos.
Si la táctica de los soldados iba a ser sorpresa y velocidad, la nuestra era silencio y cautela. Pensábamos que entre el estruendo que habíamos armado frente a la puerta principal y el caos de la escapada militar en la zona de mercancías, la salida por la puerta oeste de El Corte Inglés debía se tranquila. Existían sólo dos puntos para cruzar la avenida de la Libertad, debido a las obras del aparcamiento. Uno era la plaza Fuensanta, descartado por razones obvias, y el otro el paso un poco más adelante de la puerta oeste, en dirección a la plaza Díez de Revenga, cerca de donde se hundió el tanque el primer día de la epidemia, el lugar elegido.
Tras dos semanas en el paraíso, tocaba volver al infierno.

No hay comentarios: