domingo, 22 de noviembre de 2009

Martes 25 de agosto. Fin de la evasión

Todo lo que había vivido desde el holocausto zombie, la sangre, las matanzas, la pérdida de mi familia y amigos. Todas esas desgracias no me habían preparado para lo que encontré en los centros comerciales de Murcia.
Marta y yo llegamos tras emplear toda la tarde del día anterior cruzando la Huerta sigilosa y muy lentamente en el todoterreno de sus padres. De hecho pasamos la noche a sólo dos kilómetros de la Nueva Condomina, con el perfil del nuevo estadio de fútbol en el oscuro horizonte. Apenas pude dormir, temiendo que en cualquier momento los zombies se lanzaran hacia nuestro coche, pero lo cierto es que no pasó nada y podríamos haber descansado tranquilos, si los nervios lo hubieran permitido. Fue Marta quien me despertó. Estaba asomada por encima del Cayenne a través del techo solar, mirando con los prismáticos. A lo lejos se escuchaba un monótono rumor.
- Mira Pedro, te vas a quedar de piedra- me dijo haciéndose a un lado para que yo también pudiera asomarme- Ahí tienes por qué no nos topamos ayer con ningún muerto...
Nuestro coche se encontraba en una colina que se elevaba sobre la autovía de Alicante. Enfrente, cruzando la carretera, estaba el centro comercial y el campo de fútbol. Sin brumas y desde nuestra posición teníamos una visión franca de todo el complejo y el cuadro era apabullante: miles, centeranes de miles, una masa incontable de zombies rodeaba los centros comerciales. Parados, andando, todo ellos con la vista puesta en los edificios y por tanto dándonos la espalda. Ellos eran los responsables del repetitivo quejido que podía oírse, ahora mucho mejor desde lo alto del vehículo. Y algo debía atraer su atención porque parecía que todos los infectados de Murcia se encontraran allí. Recordé la película 'El amanecer de los muertos', de Snyder, donde se especulaba con que los zombies tendían a ir a los lugares que solían frecuentar cuando estaban vivos. ¿Sería eso lo que estaba ocurriendo? En cualquier caso Nueva Condomina quedaba descartado como parada de aprovisionamiento.
- Vámonos de aquí- le dije a Marta.
- De aquí no se mueve nadie- dijo alguien a nuestra izquierda.
Nos giramos y vimos a tres jóvenes apuntándonos con fusiles.
- Suelta los prismáticos y pon las manos donde pueda verlas- dijo uno de ellos, el que estaba más adelantando y parecía dirigirlos.
-Pero, ¿de qué vais?- preguntó Marta.
El líder del trío que nos apuntaba se adelantó aún más y colocó el cañón del arma prácticamente en mi cabeza.
- Calla putita si no quieres que le pegue un tiro a tu amigo- nos amenazó- Si no lo he hecho ya es para no atraer a los clientes- añadió esto último sonriendo y señalando la masa ingente de zombies al otro lado de la autovía.
Nos sacaron del todoterreno, quitándonos armas y todo lo que llevábamos encima. El jefecillo del grupo y uno de sus compinches registraron el vehículo y cogieron todo lo que consideraron importante. Mientras, el otro joven nos vigilaba como si fuéramos unos proscritos, aunque casi toda su atención iba dirigida a Marta. Este chico llevaba una cruz de madera colgada del cuello, un signo distintivo que, entonces me di cuenta, portaban también los otros dos.
Cuando terminaron el registro nos ataron las manos y nos adentramos en los huertos de limoneros, abandonando el Cayenne. Atravesamos varías taullas y descendimos una cuesta hasta llegar a una tapa de alcantarilla situada en medio de la nada. La abrieron y bajamos por unas escaleras metálicas. La boca de alcantarillado llevaba a una tubería subterránea de hormigón, de unos tres metros de diámetro, que era en realidad un gran colector de tormentas. Iluminándonos con antorchas nos condujeron por el enorme túnel, andando unos veinte minutos. Llegamos al fin a otra escalera y subimos a una sala de máquinas. El líder del grupo utilizó un walkie-talkie para comunicarse y se abrió la puerta de la sala. Apareció un anciano con una toga negra y un bastón tocado con una cruz, seguido de varios hombres armados, que se llevó aparte a nuestro captor. Al volver, el viejo mandó que nos quitaran las cuerdas y nos miró sonrientes.
- Bienvenidos al nuevo mundo- dijo abrazándonos.
Nosotros no sabíamos qué hacer, pero al menos ya no nos apuntaban con las armas. Siguiendo al anciano, que tenía toda la pinta de un monje ortodoxo, alto, huesudo y con barba y melena canosas incluidas, llegamos a la nave principal del centro comercial Nueva Condomina, al que habíamos llegado a través del túnel. El lugar estaba relativamiente limpio y ordenado, sobre todo teniendo en cuenta lo que había ocurrido. Desde el exterior llegaba mucho más fuerte que antes el rugido de miles de infectados. El viejo se percató de que los estaba escuchando y se acercó a mí.
- Aquí muchos de mis chicos se ponen tapones en los oídos- me explicó cogiéndome del brazo y señalando a uno de los guardias que nos seguían. Llevaba algodones en las orejas- Pero yo no los uso. Están cantando, ¿los oyes? Me gusta escucharlos, es un canto celestial, es un mensaje de Dios que repiten para recordarnos nuestro castigo.
Al terminar la frase, la sonrisa desapareció de su cara. "El castigo", añadió, como hablando consigo mismo.
Después dio una indicación a sus hombres y éstos se dividieron. Me separaron de Marta, que fue llevada a otra sala a pesar de nuestras protestas. A mí me trasladaron a una tienda de muebles donde había otras personas, todos hombres, recostados en los sillones. Me hicieron pasar y cerraron la reja del comercio. Un guardia se quedó vigilándonos, sentado en un banco frente a la tienda. Al principio no lo reconocí, porque llevaba el pelo más largo de lo normal, barba y la inevitable cruz, pero era él, y no podía creer que estuviera allí.
- ¡Pablo!- le grité- Soy Pedro, ¿qué haces aquí?
Era uno de mis mejores amigos, probablemente el único que quedaba vivo, y ahora formaba parte de la guardia del monje loco. Pablo estaba empleado en el Leroy Merlin de Nueva Condomina, y tenía sentido que la epidemia zombie le hubiera pillado trabajando.
Mi amigo me miró asustado y echó un vistazo a los lados. Después se acercó indicándome que me callara y frenando todo gesto de alegría por mi parte.
- Pedro, ¿cómo mierda has acabado aquí? Me cago en la puta- volvió a comprobar que ningún otro guardia estaba por los alrededores- Tienes que salir, tienes que marcharte... Si te quedas estás muerto.

1 comentario:

Yurinka dijo...

Hola a todos. Ya estoy aquí de nuevo, tras una semana un poco ajetreada a causa de un proyecto que estamos llevando adelante varios amigos. Sin embargo desde hoy prometo más asiduidad en las entradas, pues el final está y cerca. También trataré de ir decorando esto un poco. Saludos a Frantxu y Chuky y al resto de lectores!