jueves, 26 de noviembre de 2009

Jueves 27 de agosto. Mallrats II

Al tercer día de encierro en la Nueva Condomina al fin fui llamado por el padre Nicolás. No había comido más que una lata de sardinas y apenas me habían dado agua. Tras la enfermedad que sufrí en casa de Marta no era la dieta más aconsejable, y dado que soy una persona más bien flaca, me empezaban a faltar las fuerzas. La escasez de alimentos y líquidos tenía al menos una ventaja, los baños ya inservibles de la tienda de muebles no recibían muchas visitas. Por lo demás, y esto era algo a lo que ya me había acostumbrado, apestaba tras semanas sin ducharme, y mi estado y el de mis acompañantes de celda contrastaba claramente con el de los guardias, púlcramente aseados y bien surtidos de comida, aunque se tratara de más latas.
Mi amigo Pablo fue el encargado de trasladarme ante el monje que dirigía ese lugar y mientras me llevaba hasta su despacho y esperaba ser recibido, pudo explicarme la verdadera organización de lo que el religioso había dado en llamar el Nuevo Mundo.
- Que no te engañen las apariencias, el Padre no es más que un loco, no podría mandar ni en su propia casa- me dijo entre cuchicheos, atravesando los solitarios pasillos del centro comercial- Esto lo dirige Ricardo, el tipo que os detuvo, un auténtico macarra, el más peligroso de todos.
- ¿Así que no hay Nuevo Mundo?- le pregunté.
- No, sólo un montón de mierda. Cada vez queda menos comida, ni siquiera tenemos suficiente para nosotros. Cuando llegué aquí la gente se estaba organizando para resistir, pero empezaron a llegar saqueadores y las buenas palabras se convirtieron en peleas primero y matanzas después. Ricardo tomó el control, selló el centro comercial y echó a los saqueadores. Todos estaban contentos, hasta que demostró que podía ser mucho peor que ellos. Empezó a hacer lo que le daba la gana, eligiendo la mejor comida y campando a sus anchas. Quien protestaba recibía un balazo. Quien le seguía el juego entraba en su grupo, tenía armas, bebida, lo que quisiera. Fuera no se estaba mejor porque los zombies ya empezaban a rodear Nueva Condomina, así que era eso o nada. Entonces Ricardo pasó a la siguiente fase: acabar con todo aquel que no le servía para nada. Viejos y niños fuera. Heridos fuera. Arrojaba a los zombies a los que creía inservibles o simplemente le caían mal. Yo me salvé porque venía del Leroy Merlin y les valía para reparar averías o montar las defensas, pero murió mucha gente.
Avanzábamos cerca de la entrada principal al centro comercial. Aunque las puertas estaban selladas allí los golpes y los gritos de los muertos causaban un ruido angustioso. Nos dirigíamos al pasillo de los restaurantes, que terminaba en la entrada a los cines.
- ¿Y qué hay del monje loco?- pregunté.
- Pues eso, un loco que le calló en gracia a Ricardo y ha colocado como cabeza visible. Cuando se canse de él lo matará.
Habíamos llegado ya a la puerta del cine. Dos críos armados con pistolas estaban jugando a las cartas sentados en una mesa que había cogido de alguna de las cafeterías cercanas. Apostaban dinero del Monopoly, lo cual tenía mucho sentido porque en ese momento tenía tanto valor como el de curso legal, cero. Pasamos a la galería de los cines, donde aún permanecían algunos de los carteles de las películas estrenadas ese verano, rotos o garabateados, pero en pie. La tradicional moqueta roja de las salas de cines, los carteles de próximos estrenos, la barra de las palomitas, todo me traía buenos recuerdos. Películas que había visto de pequeño con mis padres, la primera cita en la oscuridad de la sala... Y esa melancolía, unida a mi desesperada situación, casi me hace ponerme a llorar.
- Como puedes imaginar -continuó Pablo- lo de entrar al Nuevo Mundo depende más de tus habilidades que de tu fe, pero yo no me haría muchas ilusiones, hace tiempo que Ricardo no coge a nadie. Todos son lanzados a la calle para ser devorados, es una locura, lo hacen con un ritual de despedida de Nicolás que pone los pelos de punta, se supone que cada persona que lanzan nos acerca más al paraíso... Sin embargo, con los zombies que nos rodean se acabaron los saqueadores, así que Ricardo sale de vez en cuando a buscar carne nueva.
Nos sentamos en medio de la galería, frente a la sala de espera VIP, donde se encontraba el padre Nicolás, visible tras las cristaleras.
- Síguele el rollo y hablamos después, tengo que sacarte de aquí- me dijo Pablo ahora mucho más bajo, para no despertar las sospechas de los guardias de la puerta- Lo tengo todo preparado. Nos vamos los dos.
- ¿Los dos? Y Marta- le respondí.
- ¿Marta? ¿La chica nueva? ¿La conoces?
- Claro que la conozco, vino conmigo, no puedo dejarla aquí, me salvó la vida.
Pablo se pasó la mano por el pelo.
- Lo de Marta no puede ser, las mujeres están en otra sala y muy vigiladas, es imposible. Ni siquiera sé si sigue viva, no te imaginas lo que hacen con las mujeres.
Se me heló la sangre. En ese instante salió el monje y indicó que pasara. Pablo me acompañó hasta la puerta. Antes de entrar me di la vuelta y le dije que o iba Marta o yo me quedaba.

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