lunes, 9 de noviembre de 2009

Lunes 18 de agosto. ¿Infectado?

Desperté con un terrible dolor de cabeza, los músculos aletargados y un sudor frío a pesar del asfixiante calor que reinaba en la habitación. Estaba atardeciendo. Tenía la extraña sensación de no poder levantarme, como si hubiera pasado una semana postrado en la cama y ésta fuera un pozo sin fondo del que no podía escapar. Tampoco sabía dónde me encontraba, y los vagos recuerdos que persistían del día anterior, en el salón de la casa de Marta tras la alocada fuga, no me ayudaban a orientarme.
Al tratar de incorporarme descubrí que mi ensoñación tenía ribetes muy físicos. Estaba atado a la cama de pies y manos, y desde luego el malestar que sufría no me permitía comprobar la verdadera resistencia de las cuerdas. El estupor se transformó pronto en miedo. El habitáculo en el que me encontraba no era muy grande y la decoración prácticamente inexistente. Cuatro paredes, una pequeña ventana, una puerta, una anciana... , tardé en darme cuenta pero había una mujer en el rincón más cercano a la ventana, cerca de las cortinas entreabiertas, por lo que en principio la confundí con las sombras que provocaba el contraluz. Era pequeña, flaca y muy blanca, apagada, aunque no tenía los enfermizos tonos y las manchas rosadas que caracterizaban a los zombies. Me miraba fijamente y sonreía.
- ¡Abuela! ¿Qué haces aquí?
Marta apareció por detrás. Entró en la habitación sin prestarme atención y se la llevó haciendo caso omiso a mis peticiones.
Me costaba hablar, sentía la boca pastosa, pero poco a poco fui recuperando la voz y aumentando el volumen de mis protestas, hasta que Marta volvió.
- Bueno, bueno, ¡ya está bien!- me dijo, plantándose frente a mí, en el lugar en el que hasta entonces había estado su abuela- Al menos hablas, eso ya es buena señal.
No entendí inmediatamente su último comentario, pero el revolver que sostenía en su mano derecha me ayudó a comprender. Ella también se dio cuenta.
- Ah, esto- comentó señalando con la mirada su arma- Bueno, ya sabes, hay que protegerse. Además tienes que saber que he sido yo quien te ha defendido, si no ya estarías en la calle dando vueltas como esos atontaos.
- ¡¿Qué mierda estás diciendo?!- grité e intenté sin éxito levantarme. Mis ataduras y un escalofrío paralizante se opusieron- ¿Qué me ha pasado?
Ella habló. Al parecer las últimas horas (36 exactamente) habían sido muy entretenidas en Casa Marta, y yo no me había enterado de nada. Una vez cerré los ojos en el sofá de su comedor, agotado por la escape de El Corte Inglés, caí en una especie de inconsciencia que en los primeros momentos fue interpretada como cansancio, para más tarde comenzar a inquietar a mi anfitriona. Unas horas después empezaron los temblores, el sudor y los vómitos. Marta se alarmó y salió a pedir ayuda y claro, sus vecinos la acusaron de haber metido en la comunidad a un proyecto de zombie. La ausencia de heridas a la vista evitó que me pegaran un tiro allí mismo, mientras yo me debatía en sueños, pero decidieron atarme a la cama y sellar la puerta de la casa donde me había refugiado. Marta podía hacer lo que quisiese, quedarse conmigo encerrada o ser acogida en otra vivienda (y no faltaban vecinos interesados en que una chica joven se trasladara a vivir con ellos). Finalmente había declinado la 'desinteresada' invitación y optado por permanecer en su casa, añadiendo a su lista de pacientes, que hasta ahora sólo integraba su abuela, a un posible infectado por el virus R.
- Me caes bien Pedro, y creo que ya te has hecho una idea de lo que me he jugado por ti- añadió a su explicación- No sé si tendré valor para dispararte si acabas... bueno, ya sabes. Pero incluso aunque lo hiciera, los de allá fuera no me volverían a mirar con buenos ojos. La verdad es que ya ha sido bastante difícil estar aquí sola todo este tiempo, así que por favor, no te transformes, ¿vale?
La observé desde mi prisión acolchada. Esa mujer no dejaba de sorprenderme. Mostraba una tremenda seguridad en sí misma, y de hecho la había hecho valer durante dos semanas de apocalipsis en Murcia. Sin embargo, a la vez parecía frágil, como muy pequeña. Ella se dio la vuelta y miró por la ventana. Tenía el pelo castaño, o "rubio oscuro" como me dijo después, y le caía con gracia por encima de las orejas, dándole ciertos aires de duende del bosque. Su piel era clara también y vestía unos pantalones cortos y una camiseta fina. Yo, evidentemente, no estaba en condiciones de experimentar ninguna excitación diferente a la fiebre que ya sufría, y estaba claro que era el insoportable calor y no una dudosa intención de atraerme lo que le había hecho elegir esa vestimenta.
- Intentaré no defraudarte- acerté a decir, y me recosté tanto como permitían las cuerdas.
Hice esfuerzos por recordar si algún muerto había estado tan cerca de mí como para morderme. Las horas siguientes fueron una tortura física y mental, pues no tenía claro si mis dolores provenían de una enfermedad común o del contagio de un zombie. Me decía a mí mismo que los infectados que había visto hasta entonces desarrollaban el mal en pocas horas, incluso algunos con heridas graves no tardaban más que unos minutos. Pero cada picor que sufría en la nuca o las piernas se me antojaba como los efectos de un rasguño del que no había sido consciente. Pronto volví a quedarme dormido. Soñé que mis padres estaban infectados y huía de ellos. Mi hermana estaba otra vez conmigo. Me entregaba una escopeta y me decía que los matara. Desperté envuelto en sudor y con nuevas ganas de vomitar. ¿Qué me estaba pasando?

1 comentario:

Yurinka dijo...

Hola gente. He maqueado un poco más mi blog espartano a sugerencia de blogeros más veteranos que yo. No han sido muchos cambios, pero he añadido el enlace a la página de uno de mis consejeros y el del autor gallego que dio pie a mi historia, realmente una versión murciana de la suya. También hay ahora una herramienta para tener seguidores (hoy he visto que la Aramís Fuster tiene 54 en Facebook así que no aspiro a tanto...) y he añadido información a mi perfil. Bueno, pues eso, que en realidad sólo quiero que paseis un buen rato leyendo la historia, al menos tanto como yo lo paso escribiendo. Un saludo