sábado, 31 de octubre de 2009

Encerrados en El Corte Inglés. Vacaciones

Si nuestro encierro había sido planeado como algo temporal, a la espera del rescate de los militares de Cartagena, nos equivocamos. Las comunicaciones con el cuartel general fueron debilitándose día tras día, hasta que a la semana dejaron de producirse.
Yo no tuve mucha mejor suerte con mi familia. Mi móvil dejó de funcionar al segundo día por problemas de red. Algo me decía que Vodafone iba a tardar más de lo esperado en solucionar esa incidencia.
Los primeros días el trabajo me impidió pensar en otra cosa. Teníamos que sellar todo posible acceso a la cuarta planta de El Corte Inglés, donde había conseguido atrincherarnos unas 80 personas. La endeble muralla de muebles y cadáveres que cubría el hueco de las escaleras mecánicas fue reforzada por tablas y vigas que encontramos en la propia exposición de la tienda. Por suerte, la cuarta planta tenía también la sección de ferretería, por lo que herramientas no nos faltaban. Sin embargo, la electricidad comenzó a fallar a mediados de la semana siguiente hasta que nos quedamos a oscuras. Y el problema no era sólo la falta de luz, sino el calor. Teníamos comida para un mes, medicinas y toda una sección de muebles para descansar y fingir que la vida continuaba como siempre, pero las altas temperaturas pronto provocaron un problema que no habíamos previsto, la putrefacción. Los cuerpos que habían quedado en las escaleras mecánicas comenzaron a apestar toda nuestra planta rápidamente. Supongo que como los zombies ya estaban muertos cuando cayeron bajo nuestras balas, el proceso era mucho más rápido. Si hubieramos contado con yeso o algún otro aislante habríamos taponado el acceso de olores, pero sólo contábamos con lo que había en exposición. Tuvimos que alejarnos poco a poco de las escaleras hasta pasar prácticamente todo el día en la terraza. Y la situación de los baños no era mejor.
La información que llegaba del exterior por los medios de comunicación también fue extinguiéndose poco a poco. Al principio había imágenes de televisión de Madrid, Mallorca y Canarias sobre todo. En las islas duraron más. La situación no era diferente a la que habíamos vivido en Murcia, colapso total y lucha por la supervivencia en edificios y otras construcciones de fácil defensa. La Sexta dejó de emitir muy pronto, seguida de Telecinco. Cuatro, TVE 1 y Antena 3 duraron más. Cuando perdimos el suministro eléctrico aún emitían repetitivos mensajes de advertencia y cada vez menos novedades.
La radio parecía más saludable. Nos enteramos por la Cadena Ser de Murcia de que un grupo de civiles se había hecho fuerte en el Castillo de Lorca. Habíamos vuelto a la edad media. Internet también funcionó hasta que se fue la luz. Había varios ordenadores portátiles en la tienda y solíamos entrar a consultar. La red se convirtió esos días en un enorme tablón de anuncios mundial donde cada internauta que aún podía colgaba las novedades de las que tenía conocimiento. Sidney ardiendo, París abandonada, un refugio seguro en la Islas Bahamas... Una tarde recibí incluso un correo electrónico de mi banco. Me informaba de los movimientos en mi cuenta. ¡Cuál fue mi sorpresa al comprobar que me habían cobrado la letra del piso de ese mes! Era consolador que la hipoteca no te abandonara ni en los peores momentos.
Frente a la terraza de El Corte Inglés había edificios y algunas vivienda contaban aún con supervivientes. Nos comunicábamos a gritos o con carteles. Yo me hice amigo de una chica llamada Marta, que al parecer se había quedado sola con su abuela enferma. Me contó mediante mensajes que estaba segura en su casa y que tenía comida para meses, aunque le preocupaba su abuela.
Mientras, en la calle, la procesión de zombies no terminaba. A veces estaban completamente parados, y otras se movían en alguna dirección, como siguiendo todos una orden general. De vez en cuando aparecía algún infeliz por la calle, seguramente acuciado por la falta de comida o simplemente demente, y los muertos se lanzaban a por él.
Finalmente otro obstáculo con el que no habíamos contado nos hizo plantearnos el fin del encierro. Los grifos ya no daban agua y las reservas embotelladas estaban agotándose. Del cielo no podíamos esperar mucho más en pleno mes de agosto. Teníamos que hacer algo.

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