jueves, 29 de octubre de 2009

Encerrados en El Corte Ingés. Estamos solos

Al fin pude respirar tranquilo, por primera vez en toda la mañana. Sentado en un sillón orejero de oferta, en la sección de Oportunidades de la cuarta planta de El Corte Inglés, observaba como todos se movían a mi alrededor. Soldados asegurando los huecos de las escalera, trabajadores de la tienda organizando la comida de la cafetería, una médico ayudada por varias personas montando una zona de urgencias en las camas de la sección Dormitorio.
Con la novedosa sensación de no temer por mi vida durante los siguientes diez minutos, recordé a mis padres. Llevaba el móvil de mi madre y decidí llamar. Sin embargo no había cobertura en el lugar en el que me encontraba. Recorriendo los pasillos del centro comercial descubrí una salida a la terraza de la tienda, a la que en ese momento se dirigían unos militares cargando un baúl verde. Los seguí afuera. En la calle hacía mucho calor y los rayos del sol se me antojaron dardos ardientes en comparación con la luz artificial del interior. La terraza era un enorme espacio abierto al que se accedía desde una zona de oficinas. Estaba ocupado principalmente por gigantescos aparatos de aire acondicionado.
Llamé varias veces sin obtener respuesta. El móvil daba tono pero nadie lo cogía. Allí de pie, tratando de escuchar la voz de mis padres al otro lado del teléfono, tardé en darme en cuenta del caos que mostraba la ciudad mirara hacia donde mirara. Incendios, humo surgiendo de todos lados, gritos a lo lejos, el ya familiar sonido de la detonación de un arma. Murcia parecía haber sufrido un bombardeo y sólo hacía unas horas que la epidemia había llegado al centro de la urbe. Justo enfrente del edificio de El Corte Inglés se encontraba la mole del lujoso Edificio Hispania, rodeado de una densa neblina que en realidad procedía del fuego generado en los bajos, que se extendía poco a poco hacia arriba.
Los soldados estaban montando una antena junto al aparato de radio, se supone que para ponerse en contacto con alguna unidad. De pronto una explosión en la calle nos sobresaltó a todos. Nos asomamos a la avenida de la Libertad. Allí abajo había cientos, miles de zombies andando, parados o corriendo de repente en una dirección, como persiguiendo a alguien para después volver a quedarse quietos. El ruido provenía de un tanque que apareció por la plaza Diez de Revenga, en el extremo contrario de la avenida de la plaza Fuensanta, donde se encontraba la puerta principal por la que había entrado a la tienda. El estruendoso engranaje de metal atrajo inmediatamente la atención de todos los muertos que pululaban por allí. Se dirigieron en tromba hacia el tanque, que con un disparo abrió una cortina de muerte frente a él. Los militares gritaron de alegría. Al menos treinta zombies había sido destrozados por el tiro. Un artillero se asomó por la portezuela de la torre y comenzó a usar la ametralladora, llevándose por delante a todos los muertos que trataban de acercarse. Otra explosión del cañón volvió a abrir camino, decenas de cuerpos se derrumbaron. Nuevos vítores desde la azotea.
Pero era imposible frenar a miles de zombies así. Rodearon el tanque, se subieron sobre él. El artillero tuvo que refugiarse en su interior. El vehículo siguió disparando y aplastando muertos, pero parecía ya viajar sin rumbo; seguramente el conductor no podía ver nada con tanto cadáver andante sobre él. La avenida de la Libertad estaba en obras, por la construcción de un aparcamiento subterráneo y el tanque, desorientado, cayó por el hueco, de cuatro alturas y quedó boca abajo, aparentemente intacto, aunque dejó de moverse. Los soldados se lamentaron, dijeron que un golpe así debía haber sido brutal para los tripulantes. El pesimismo se adueñó otra vez de todos.
Los militares lograron al menos recibir una comunicación. Eran sus superiores, desde alguna parte del nuevo cuartel general situado en Cartagena. El Ejército no podía entrar en esos momentos en Murcia. Las unidades se estaban reagrupando en la ciudad portuaria, donde al parecer se había logrado parar la ola de zombies. Había que resistir hasta que el rescate fuera factible. Por ahora estábamos solos.

No hay comentarios: